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“El asesinato no representa para mí ninguna categoría especial —respondió el otro—. Todos los pecados son asesinatos, en la medida en que toda vida es una guerra”.- Markheim, Robert Louis Stevenson
¿Cuál es la mejor época para hablar sobre el mal? Obviamente Semana Santa. Porque en esta semana, alrededor de un tercio de la población está de acuerdo en que hay que conmemorar la muerte y resurrección de un hombre: Jesús de Nazaret.
¡Antes de que sigamos! Tengo un regalazo en exclusiva, ¡gratis! Porque los regalos son más o menos gratis. Pero lo cambio por unos tomatazos. Al final de esta encuesta con sólo cinco preguntas (SÍ, LEÍSTE/OÍSTE BIEN: SÓLO CINCO PREGUNTAS) tendrás acceso a un regalito que tiene un diseño precioso.
¿Ya respondiste la encuesta? Entonces sigamos.
Pero así como entendemos que alguien sacrificándose por amor está haciendo el bien, la línea de lo que significa el mal es más delgada. Acecha en rincones inesperados. A veces, es tangible como el demonio de los cuentos y, otras veces, es tan sutil que ni siquiera notamos que nos estamos convirtiendo en sus cómplices. Esta semana he estado pensando mucho en la naturaleza del mal por una conversación con un par de amigas. Saludos a Ruth y a Laura. Estábamos hablando de cómo las personas que abusan niños son el epítome de lo peor de la maldad. ¿Pero es el mal algo inherente a nosotros? ¿Es una fuerza externa? ¿O quizá es simplemente la ausencia de bien, como decía mi compa San Agustín?
En el menú de hoy encuentras un libro 📕, un par de series 🎥, un cuento 🖋️ y una reflexión 💭. Te dejo con la pregunta: ¿crees que eres mala persona?
La editorial Valdemar tiene esa capacidad de desenterrar lo más oscuro y brillante de la literatura. Si no fuera una pequeña inversión cada volumen, tendría toda la colección de El Club Diógenes. Bienvenidos al Sabbath es una antología de relatos que recomiendo leer con la luz encendida, preferiblemente con algo sagrado cerca, por si acaso.
Te dejo mi lista de cuentitos favoritos y rápidamente de qué van:
* “Mater Tenebrarum” de Pilar Pedraza (1987), que trata sobre una niña que parece endemoniada y termina siendo aprendiz de bruja.
* “El extranjero de Kurdistán” de E. Hoffman Prince (1925), sobre el mismísimo Satán infiltrado en una misa negra.
* “El diablo y Daniel Webster” de Stephen Vincent Benét (1936), el cuento de más “aventura” de este volumen, donde se lleva al diablo a juicio.
* “No me cavéis una tumba” de Robert E. Howard (1937), que trata sobre qué pasaría si haces un pacto con el diablo y no lo cumples en vida.
* “Tren infernal” de Robert Bloch (1958), este cuento me gusta porque es algo como ciencia ficción satánica, de un hombre que hace un pacto para detener el tiempo.
* “El relato de Nectario” de Anatole France (1914), este es más bien un fragmento de La rebelión de los ángeles, una novela que parte de la premisa de que en toda la guerra Lucifer vs Dios, don Lucy era el bueno.
* Y mi ultra favorito: “El Santuario” de Edward Frederic Branson, escrito a principios del siglo XX, que va sobre una herencia que tiene un endemoniado incluido. El final es de las cosas más horripilantes que he leído en la vida.
Si quieres entender cómo la idea del mal ha evolucionado a través de la literatura, este volumen es un excelente punto de partida. Además, el diseño editorial de Valdemar siempre es un festín para los amantes de los libros como objeto.
Para conseguir el volumen, te dejo el link a Amazon o a Casa del libro.
Imagina un equipo improbable: una psicóloga forense escéptica, un seminarista en formación para ser sacerdote y un contratista técnico que no cree en nada sobrenatural. Su misión: determinar si eventos aparentemente sobrenaturales tienen explicación científica o son manifestaciones genuinas del bien y el mal divinos.
Esto es Evil, una serie que camina por la delgada línea entre lo racional y lo inexplicable. Lo que más me gusta de ella es cómo se niega a dar respuestas fáciles. A veces, la explicación científica parece la correcta; otras veces, hasta el más escéptico tiene que admitir que hay fuerzas que escapan a nuestra comprensión.
Katja Herbers, Mike Colter y Aasif Mandvi conforman este trío de investigadores de lo extraño y la química entre ellos es uno de los grandes aciertos de la serie. Cada uno representa una visión del mundo: la ciencia, la fe y el pragmatismo. Y es a través de sus ojos que nosotros, como espectadores, vemos diferentes perspectivas sobre lo que constituye el mal en nuestra era.
El bemol de esta serie es que por momentos me parece demasiado fantasiosa, sobre todo a partir de la temporada dos. Si no eres tan fan de la fantasía, a partir de aquí quizá no sea tu tipo de serie.
Me voy enterando de que la puedes ver en Mercado Libre (o cualquier servicio que tenga Universal+, como Amazon Prime)
En medio de todas las series genéricas de Netflix, acaba de aparecer una miniserie inglesa que explora un tipo de mal cercano y reconocible: el que cualquier adolescente trae dentro.
Sí, yo también ya caí con esta miniserie llamada Adolescencia (gracias a la última recomendación familiar). Son sólo cuatro capítulos y están hechos con amor. Para que te des una idea, cada capítulo es un plano secuencia; en otras palabras: todo está hecho en una sola toma. La coordinación entre locaciones, actores y producción es de manifiesto maravillosa. Es obvio que está grabada así para que nos sintamos inmersos en la trama.
¿De qué va? Pues de un presunto asesinato cometido por un chamaquito de trece años. Lo que me parece fabuloso es que cada capítulo tiene una especie de tema. En el primero vemos todo lo que acontece en la estación de policía; el segundo ocurre en la escuela del adolescente, el tercero es una conversación entre el chico y una psicóloga y el cuarto da una perspectiva familiar.
Al final, Adolescencia es una serie para pensar en la violencia en el siglo XXI. ¿De dónde viene esta maldad? ¿De las dinámicas de redes sociales que son exacerbadas por idiotas como el machista Andrew Tate? (Si no lo ubicas, es de lo peor que ha producido la humanidad) ¿De familias disfuncionales? ¿De una sociedad que se debate entre ser demasiado permisivo o ser encarcelante?
Aunque la serie puede parecerte lenta, seguro te deja pensando. Y si quieres devanarte los sesos, te dejo la pregunta: qué harías si fueras un papá o una mamá y te dicen que tu hijo mató a una de sus compañeras.
La puedes ver en Netflix.
El mal
La primera vez que Ricardo notó su don, o su maldición, fue en el metro; apenas con unos ocho años. Todo mundo vio la tragedia pero sólo él supo el detrás de cámaras. Una señora de mediana edad empujó, en lo que pareció un accidente, a un joven estudiante. En ese momento Ricardo vio claramente cómo una diminuta chispa rojiza salía del cuerpo de la mujer y flotaba en el aire unos segundos antes de desvanecerse.
Al principio, pensó que eran imaginaciones suyas. Tal vez había sido una ilusión óptica, quizá era el trueque por haberse deshecho de su amiga imaginaria. Pero continuó viéndolas con los años. Un conductor que insultaba a otro por un cerrón en Periférico: chispa. Una mujer que fingía no ver a un indigente pidiendo ayuda: chispa. Un político mintiendo en televisión: una cascada de chispas. El mundo de Ricardo eran fuegos artificiales.
Años después, mientras esperaba su café en la oficina, Ricardo escuchó a dos ejecutivos en la mesa de al lado.
—El algoritmo está funcionando, eh —dijo uno—. Los usuarios pasan un 23% más de tiempo en la plataforma.
—¿Y lo que dijo Anita sobre la ansiedad descontrolada? —preguntó el otro.
—Daños colaterales —respondió el primero, encogiéndose de hombros—. Cómo usa la herramienta la gente no es nuestro asunto.
Ricardo casi se atragantó con el café cuando no vio chispas saliendo de ellos. Vio una niebla roja, densa y constante, que emanaba de sus cuerpos como una enfermedad pestilente.
Pronto empezó a darse cuenta de que las chispas migraban y eran niebla. Ya nadie se salvaba de esa bruma escarlata. Quiso enfrascarse en el trabajo para evitar la duda que le carcomía por dentro. Pero de noche, en casa, cuando se lavó las manos, ya no pudo evitarlo: se vio en el espejo. Para su horror, sus extremidades emanaban un tenue resplandor rojizo.
A la mañana siguiente empezó a contar. Un mal: dejar la basura fuera del contenedor. Dos males: ignorar el mensaje de un amigo en problemas. Tres males: comprar productos sabiendo que su fabricación involucraba explotación.
Cuando llegó a cien, apenas a mediodía, dejó de contar.
Dos semanas después despertó con telarañas rojas alrededor del cuerpo. Ricardo siguió uno de los hilos, que lo llevó hasta la mujer con la que se había acostado primero en la vida, una noche en la que ella perdió la consciencia. La miró por la ventana y de la impresión, volvió a casa con un velo sangre en los ojos.
Al día siguiente no se pudo mover más. Las cadenas rojas impidieron que Ricardo volviera a respirar.
Cuando era niña, el mal tenía rostro: el diablo con cuernos, el monstruo bajo la cama, el villano con capa negra. Había una comodidad en esa simplicidad, en saber exactamente dónde estaba la frontera entre lo bueno y lo malo.
Pero crecer implica descubrir que las fronteras son difusas, que la maldad rara vez viene con una etiqueta de advertencia. En el siglo XXI, el mal se ha vuelto más sutil, más sistémico, más difícil de identificar y, por tanto, más difícil de combatir.
Hannah Arendt lo llamó "la banalidad del mal" cuando observó a Adolf Eichmann durante su juicio. No vio a un monstruo sediento de sangre, sino a un burócrata mediocre que simplemente seguía órdenes sin cuestionarlas. Este concepto resuena con fuerza en nuestra época, donde muchas de las peores atrocidades son cometidas no por individuos malvados, sino por sistemas impersonales donde la responsabilidad se diluye.
¿De dónde viene la maldad hoy? Podríamos decir que de los mismos lugares de siempre: la codicia, el miedo, el odio. Pero sus manifestaciones han cambiado. La maldad ahora se esconde en la frialdad de un algoritmo diseñado para maximizar ganancias sin importar el costo humano. En las decisiones corporativas tomadas en salas de juntas asépticas, a miles de kilómetros de quienes sufrirán sus consecuencias. En la capacidad de los medios digitales para deshumanizar al otro, convirtiéndolo en un avatar, un nombre de usuario, un enemigo abstracto.
Quizá lo más aterrador es cómo la tecnología ha amplificado nuestra capacidad tanto para el bien como para el mal. Un tuit puede desencadenar una campaña de acoso masivo. Una mentira puede dar la vuelta al mundo antes de que la verdad se ponga los zapatos. Y lo peor es que muchas veces participamos sin ser conscientes de ello. Compartimos, damos like, hacemos imágenes artificiales, compramos y consumimos sin pensar en las consecuencias de nuestras acciones digitales.
La verdadera cuestión no es tanto de dónde viene la maldad, sino cómo elegimos responder ante ella. ¿Somos espectadores pasivos o participantes activos en la lucha contra sus manifestaciones? ¿Nos dejamos llevar por la inercia de sistemas diseñados para fomentar lo peor de nosotros, o buscamos activamente formas de cultivar lo mejor?
Estoy segura de que tú, mi querido lector, eres una buena persona. Así que, la próxima vez que tengas un día normal pregúntate cuántas disyuntivas, en donde el mal se podría colar, tienes a lo largo de la jornada. Espero que tomes la decisión correcta.
Ah, y va de nuevo la encuesta:
¡Hasta el próximo miércoles de podcast!
¿Es tu primera vez? Te dejo más cartas aquí.
Con cariño libre de virus,
J. McNamara, aka Geeknifer.
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