“La creación está esperando la manifestación de los hijos de Dios…”
(Romanos 8:19)
Hay cosas que solo tú puedes ver.
Detalles que otros pasan por alto, pero que a ti te inquietan.
Eso no es casualidad: es el reflejo de tu llamado.
Cuando algo dentro de ti se mueve al ver una necesidad, una injusticia o un desorden, no es crítica… es propósito tratando de manifestarse.
Porque lo que Dios te permite ver, no es para que juzgues, sino para que respondas.
Cada hijo de Dios tiene un color, una expresión única del corazón del Padre.
Pero a veces ese color no brilla porque hay bloqueos internos:
El miedo a destacar, que apaga tu luz para no incomodar.
La comparación, que te hace pensar que otros colores valen más que el tuyo.
La desconexión, cuando servimos sin comunión, y el color pierde su origen.
Una iglesia sana no uniforma los colores… los integra.
No busca que todos sean iguales, sino que cada uno refleje una parte distinta del carácter de Cristo.
Porque el Reino no se construye con copias, sino con tonos auténticos.
Y cuando cada color encuentra su lugar, el cuadro completo de Dios se revela al mundo.
Lo que Dios te permite ver, no es casualidad… es tu llamado tocando la puerta.
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