En tiempos de cancelación y corrección política, lo
primero que suena en “Estupidez” es: “con laburo hasta la pija, medio croto,
dije: “¡Tío! ¡Él nunca me falló! ¡Si me caga lo cuelgo del escroto!”. ¿Y no va
el hijo de puta y me cagó? Pensé: “soy un sorete, entonces floto, qué bronca…”.
Y la hemorroide explotó. ¿Y vos? Garca, concheto, forro, choto, ¿qué mirás? ¡La
puta que te parió!”. No es casualidad que este lunfardo actualizado, de una
violencia verbal callejera evidente, abra el inabarcable disco-libro de un Agustín
Guerrero que juega a la disidencia de los disidentes en un magno ejercicio de
tango zappatista.
Así es como se ha definido el sonido del quinteto que
capitanea Agustín Guerrero: el tango que tocaría el Frank Zappa más endemoniado.
Hay algo de psicodelia y mucho de free jazz, pero la base tanguera y
neo-lunfarda comanda un barco que juega a estar siempre en la deriva para
allanar nuevos horizontes sonoros desde un concepto incendiario: aniquilar la
solemnidad y los libros de estilo.
Lo consigue en “Estupidez”, un disco que es otra cosa:
una hora en la que se intercalan quince poemas en soneto escritos y leídos por
el periodista y escritor Pablo Marchetti con quince canciones instrumentales
del mismo título que los poemas en las que colinda ese tango amorfo, caótico y
fuera de todas las formalidades y protocolos respetuosos de un género que,
en este álbum, se vuelve líquidamente viscoso. Un tango con mucha conexión
con el universo Zappa, sí, pero también con el del verso libre de Luis Alberto
Spinetta, el caos pianístico de Leo Maslíah, la policromía de Animal
Collective, el after-jazz de Charles Mingus o la deconstrucción automática de Eduardo
Mateo.
El formato casi de ensayo sonoro poético y cáustico,
libre y desprejuiciado, rompiendo cánones sonoros pero también formales,
demuestra la grandeza inabarcable de “Estupidez”: un objeto que se transforma
en una cosa diferente cada vez que se toca, se lee o se escucha. Un
ejercicio de nueva percepción sonora que lleva el tango a nuevos precipicios,
que es algo que nunca debió haber perdido el género y logotipo cultural porteño
en el mundo por antonomasia.
Alan Queipo.