Lo que pasa en Operación Triunfo se queda en Operación
Triunfo… casi siempre. Hay excepciones a esa regla. Y una de ellas es la de Alba
Reche, que quedó segunda en la edición de hace tres años del talent show, y que
era una de las artistas más singulares aunque no más premiadas por parte del
jurado del programa. Allí ya se veía cuál iba a ser la apuesta de Universal
Music una vez acabe el concurso, pasase lo que pasase: Natalia Lacunza, quien
sin lugar a dudas también tiene muchísimo talento, y por quien no se ha
escatimado en recursos para que tenga los números y la proyección que hoy
tiene.
Sin embargo, frente al registro algo lánguido de Lacunza,
el de Alba Reche se antoja bastante más poderoso y con un anclaje pop que,
en vez de acercarse a las tendencias (a Billie Eilish, el r&b hispano, el
bedroom pop), busca identidad. No lo consiguió del todo Reche en el apresurado
“Quimera” que publicó prácticamente en tiempo récord, a los pocos meses de salir
de la academia de TVE; pero sí lo consigue en su segundo álbum: “la pequeña
semilla”, un ejercicio cargado de metáforas desde su título pero que ayuda a
germinar una Alba Reche a medio camino entre la raíz ibérica, el pop de
radiofórmula y la querencia alternativa.
Especialmente interesantes son sus colaboraciones con
Fuel Fandango y con la chilena Cami, con quienes firma alianzas
(“los cuerpos” y “que bailen”) que la acercan a cadencias que coquetean con el
flamenco y con el folclore latinoamericano; pero también brilla cuando se
ubica en un espacio equidistante entre la indietrónica y el pop&b (“pido
tregua”); el pop negro más funky y bailón (“flor alta”, en el que canta a
medias en castellano y valenciano); o la canción de radiofórmula que mira a la vez
el registro de Pablo Alborán y el del pop sueco (“la culpa” o “el desarme”, por
ejemplo).
Habrá que seguir bien de cerca los pasos y movimientos de
la levantina, que si ya brillaba en el talent show, ahora también brilla al
encontrar una identidad propia sin tirar de referencias explícitas.
Alan Queipo