Lo de Sánchez, como algunos vaticinamos hace cinco días cuando el marido de Begoña Gómez subió a Twitter su lacrimógena carta, ha sido un adefesio, una birria, un esperpento.
En su alocución grabada en el porche de La Moncloa, sin permitir la presencia de periodistas y ni siquiera de fotógrafos, sólo ha faltado que apareciera al final la comisionista Begoña, se fundieran en un beso y que ambos caminaran cogidos de la mano hacia el ocaso.
Todo sería solamente ridículo y divertido si no fuera letal para España.
El problema, en contra de lo que escriben muchos columnistas, no es la honradez de la mujer del césar, sino la del césar mismo.