En la vida de la Iglesia conviene recrear una humanidad nueva, porque hay que discernir las afinidades y simpatías naturales, que pueden convertirse en obstáculos para centrar nuestra vida en lo que quiere Jesús. Hay que tener en cuenta que el Señor nos llama a ser coherentes entre lo que decimos y hacemos, sin quedarnos en el puro sentimiento. El amor a los enemigos va más allá de gustos y preferencias, es una opción a asumir en el seguimiento de Cristo. ¡Señor, te pedimos para que en la Iglesia busquemos el bien común y espacios de reconciliación!