El pecado desmedido ha provocado demasiada desconfianza entre los seres humanos. Hoy día, muchos de nosotros evitamos ayudar a otros temiendo a ser engañados, lastimados o contagiados de alguna enfermedad mortal. Hemos perdido la capacidad de discernir entre aquellos que tienen intenciones de bien o de maldad. Hemos dejado que se enfríe el amor fraternal y cada día nos encerramos más en nuestro egoísmo, olvidando que la necesidad está llorando afuera.
La inercia de amor es un mal invadiendo nuestras mentes, es veneno al corazón e insensibilidad a nuestra alma. Oramos para que Dios quite de nosotros todo espíritu de indiferencia. No queremos convertirnos en cristianos insolentes actuando mal y deshonrando a Dios ante los hombres diciendo que le amamos pero aceptamos conductas egoístas llenas de miedo. Necesitamos retomar la confianza en Dios para volver a ser sensibles con nuestro prójimo. Que nada nos limite a servir y amar. Así lo dice 1 Corintios 13:3 NTV: Si diera todo lo que tengo a los pobres y hasta sacrificara mi cuerpo, podría jactarme de eso; pero si no amara a los demás, no habría logrado nada.
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