Si hay un artista que simbolice el caos cambiante de
estos tiempos convulsos es Arca. Su carrera es parte de un proceso de mutación
a lo bestia, donde todo evoluciona al mismo tiempo: su cuerpo, su obra, su
mensaje. Entre un sueño erótico de David Cronenberg y el activismo radical de
la recién fallecida Genesis P-Orridge (Psychic TV, Throbbing Gristle) se mueve
con soltura la venezolana residente en Barcelona Alejandra Ghersi.
Su música siempre ha jugado con la provocación y el
impacto visual, con la mezcla imposible entre el terrorismo sonoro (a través de
ruido electrónico) y la utopía pop. Con su cuarto disco, el primero de una
serie donde irá mostrando diversas facetas del arte contemporáneo (en este caso
se centra en el hedonismo desde su óptica particular), logra al fin sublimar
todas estas pretensiones.
El problema (o el acierto, según se mire) es que la
música de Arca cada vez parece más apta para un museo de arte moderno que para
un uso convencional, ya sea escuchándola en casa, en una sala de conciertos o
de fiesta en la discoteca. Se ha dicho que este era su disco pop pero no hay
nada de eso en canciones donde deconstruye el reggaetón hasta hacerlo añicos
(‘Mequetrefe’) o en el corte con Rosalía, quien queda reducida a un holograma
casi imperceptible (‘KLK’).
La barcelonesa no es la única colaboración, también
aparecen Björk recitando entre tinieblas un poema de Antonio Machado
(‘Afterwards’), la cantante y DJ británica Shygirl (‘Watch’) y la artista
escocesa SOPHIE (‘La Chíqui’). En todos los casos Arca desfigura a los
invitados, con mayor o menor acierto, llevándoselos a su terreno: esa
indefinición que es propia de la música que aún no existe, ritmos de un futuro
que quizá nunca llegue.
Jose Fajardo