A comienzos de los años 2000, Islandia era el ejemplo de cómo un país pequeño podía convertirse en un gigante financiero. Sus bancos crecían a un ritmo vertiginoso, alimentados por deuda extranjera y operaciones de alto riesgo.
El sueño duró poco. En 2008, cuando estalló la crisis financiera mundial, los bancos islandeses arrastraban deudas equivalentes a diez veces el PIB del país. Era imposible sostenerlo. En cuestión de semanas, la bolsa se desplomó un 95 %, el desempleo se disparó y la corona perdió la mitad de su valor.
Islandia fue el primer país desarrollado en declararse en quiebra por la crisis. Pero su respuesta fue distinta: dejó caer a los bancos, nacionalizó el sistema y encarceló a varios banqueros. A la larga, esa decisión marcó su recuperación. Para la educación financiera, esta historia enseña que el endeudamiento excesivo y la falta de control sobre los riesgos terminan siempre pasando factura.