En la solemnidad de la Ascensión del Señor, podemos ver que no es realmente el final de nada, sino una nueva realidad de Jesús, de la cual ya los apóstoles eran testigos, pues lo habían visto ya resucitado. Si bien no con la gloria del cielo, como lo vieron los apóstoles asistentes a la transfiguración, pero sí en una nueva forma de existir en el cual, permaneciendo con las características humanas que nosotros conocemos. Así podemos conocer una nueva dimensión que llamamos “cielo”.
La Ascensión, más bien, apunta a un camino trazado, para que nosotros también podamos participar de la misma realidad humana de Jesús con un cuerpo glorificado en el cielo.