Vivimos tiempos en los que parece que las canciones
tienen que tener otra misión, otro subtexto, convertirse en artefactos que,
aunque cada vez más perecederos, tengan otro “uso”. Las derivas de la vida moderna
cambiaron el consumo y, por ende, el método de distribución y de llegada al
oyente. Los artistas han cambiado. Todos, todos. Bueno, casi todos: Augusto
Bracho no.
Si acaso, lo que ha cambiado Augusto Bracho ha sido su
nombre. El venezolano, de nombre Gustavo Guerrero, es uno de los orfebres
elementales de la nueva canción latinoamericana. Aliado en álbumes fundamentales
de artistas como Natalia Lafourcade o Silvana Estrada, entre otros, Augusto
Bracho es una especie de Dr. Jekyll (o Mr. Hyde) del nuevo cancionismo: un
minimalista del formato canción, solo se abriga de su cálida voz y del sonido a
madera y a nylon de la guitarra que toca y que arrastra con el antebrazo cada
sonido que se cuela desde la frontalidad más absoluta y despojada.
A diferencia de su “Mercado de los Corotos” que sentó su
debut formal con este álter ego hace cuatro años o el álbum que publicó con su
proyecto El Conjunto (que comparte con el percusionista argentino Martín Bruhn)
donde recuperaba clásicos marginados del cancionero latinoamericano popular;
en “Música Moderna” no hay más instrumentación que la soledad del corredor de
fondo.
Cerca del registro de los milongueros o boleristas de
mediados del siglo XX, pero también del canto libre sudamericano y de
cancionistas imperecederos, Bracho dedica las nueve canciones a cierto halo de
nostalgia romántica de sus años de juventud en su Caracas natal, pero también
hay cierta reflexión melancólica, derivada del nacimiento de un repertorio con
el eco del confinamiento y la desazón general y
humana que vivimos en los meses más duro de la pandemia. En cualquier caso,
estamos ante un repertorio clásico, que se debate entre Agustín Lara, Ignacio
Corsini, Víctor Jara o la crudeza de cancionistas contemporáneos como La
Muchacha o Briela Ojeda.
Una maravilla sin siquiera mechero para encender fuegos
artificiales absolutamente innecesarios cuando se tiene algo más que una
canción: una canción despojada, frontal y sincera, que eso sí que escasea.
Alan Queipo.