La decisión del general Mark Clark de atacar la parte más fuerte de la Línea César no sólo permitió a los alemanes librarse de un posible cerco, sino que también significó que debilitó innecesariamente a sus divisiones, lo que les dificultó perseguir al enemigo al norte de Roma. Esto, unido a la panoplia de líneas y posiciones defensivas que los alemanes habían establecido entre Roma y la Línea Gótica, ralentizó el avance aliado. La Ciudad Eterna cayó el 5 de junio, pero hasta finales de agosto los Aliados no estuvieron en condiciones de lanzar un ataque contra el último bastión antes de los Alpes.