El Espíritu del Señor, al tocar nuestros corazones, ordena la sabiduría humana a la voluntad de Dios, porque abre paso al discernimiento y encamina a la persona a sintonizar con la propuesta de Dios. En el Evangelio, las palabras y gestos de Jesús rompen la opresión a la que es sometido el joven del relato, desde la misericordia. ¡Señor, que tu Espíritu nunca nos desvincule de tu amor que sana los corazones de toda opresión!