Los prejuicios matan más gente que el
coronavirus. Y con la gran mayoría de artistas que se dan a conocer de jóvenes
en talent shows, la prejuiciosa mesa de la crítica especializada suele afilar
los cuchillos para merendarse a estos supuestos ‘productos prefabricados de la
industria’. Con Camila Gallardo también pasó: a la artista chilena, que se dio
a conocer hace cuatro años cuando quedó como segunda finalista de The Voice
Chile, se le colocó ese sambenito nada más salir del cascarón de la televisión.
Tras “Rosa”, un primer
álbum que fue todo un fenómeno en su país, da la sensación de que Cami consigue
alcanzar una mayor personalidad, quitándose algunos tics estereotipados de una
diva pop de veintipocos amparada por una multinacional y apadrinada por artistas
como Luis Fonsi; en “Monstruo” (que se publicó como una suma de dos
EPs-capítulos) consigue imprimir un repertorio en donde, además de abrazar el
feminismo y la lucha social (ha sido una de las figuras más activas de las
movilizaciones en Chile de hace unos meses), también modela un registro en
donde, sin perder la instantaneidad melódica del pop y el punch de las
producciones contemporáneas, hace evidente su interés por conectar con sonidos
procedentes de las músicas de raíz latinoamericanas.
Tanto cuando reivindica,
guerrera, su propio espacio con una cumbia eléctrica (“Aquí estoy”) como cuando
hace ojitos al sonido de Natalia Lafourcade (“La Entrevista”); cuando juega con
texturas urbanas entremezcladas con ritmos folclóricos (“Pena negra”, “Mala
leche” o “Monstruo”); cuando suena como una baladera de corte soul
absolutamente desgarrada y folclórica (“La Despedida” o “Espero que seas
feliz”); cuando le da un empaque cuasi orquestal a una canción que suena a
madera (“Tú siempre”); o cuando se arrebata escorada en una cumbia-rap junto al
rapero argentino WOS (“Funeral”); Cami demuestra una personalidad arrolladora.
Yo lo canta ella misma en
“Aquí estoy”: “Que vengan, que vengan de a uno. Con esta canción yo les doy por
el… y aquí estoy, y aquí estaré: no me iré”. Como mínimo, este disco lo
demuestra.
Alan Queipo