A veces nos preocupamos por lo exterior y dejamos de lado lo interior, porque creemos que es más importante el verse bien que el estar bien. Debemos de estar cimentados y arraigados en el amor de Dios, para que su amor florezca desde nuestro interior.

Las cosas buenas no deben definirte, las cosas malas tampoco; lo que debe definir tu contentamiento y tu alegría es saber que Dios está contigo.

Dios nos bendice para ser de bendición para otros. El producto de ser moldeado por Dios es llegar a ser una persona de bendición en sus manos. Como cristianos, estamos llamados a construir y no a destruir.

Quítate todo el peso que te impide correr la carrera que Dios tiene por delante. Esto se hace al poner la mirada en Cristo Jesús.

Dios quiere que tengas relaciones sanas, que te den perspectiva y te acerquen a tu llamado.

Deja de tratar de encajar y de autodisciplinarte. La disciplina es un fruto de lo que el Espíritu produce en nosotros de adentro hacia afuera. Esto nos quita la presión de tratar de aparentar ser quienes no somos y nos da la libertad del poder de Dios para ser quien Él quiere que seamos.

No debes mirar tu importancia ni tu necesidad ni dejarte llevar por tu circunstancia, sino más bien pon tus ojos en Dios, él sabe lo que tú necesitas.

Recuerda quién eres y hacia dónde estás yendo. No estás solo, estás peleando desde una victoria, así que protégela. Esa es nuestra responsabilidad. Descansa en que Dios siempre va a llevar a buen término cualquier circunstancia.

La compasión que viene de Dios es una que siente y hace. Dios pone en nosotros el querer y el hacer.

Jesús no te ha mandado a juzgar, no somos nadie para cerrar las puertas a la gente, debemos acercarnos y amarlos. No existe nadie tan pecador que el amor de Dios no alcance, y lo alcance a través de ti.