Después de siete años de no tener contacto alguno nos encontramos gracias a las redes sociales. Él apareció en Facebook un día y nos hicimos amigos por ahí. En esos tiempos, 2009-2010, yo me estaba recuperando de un burn out que me dejó aislada en casa y del que me fui más o menos rehabilitando de a poco y con mucha paciencia. Un día vi que Martin había posteado algo sobre la dictadura militar y me atreví a preguntarle si él creía ser hijo de desaparecidos también. Le conté sobre mis sospechas y de que me había acercado a Abuelas de Plaza de Mayo antes de mudarme a Suecia, pero que no me animaba a dejar el ADN. Él, con la seguridad que lo caracteriza, me contestó: “Yo no creo serlo, pero estoy por viajar a Argentina, querés que te averigüe si vos lo sos?” Le respondí que si, sin entender bien cómo podía ser que él pudiese averiguar tal cosa, y al mismo tiempo sin animarme a preguntarle. Martín viajó a Argentina y a las semanas volvió, pero yo no tenía la fuerza para escuchar la respuesta. Recién un año más tarde junté suficiente coraje para hacerlo y su respuesta fue: “Tenía miedo de que me preguntaras, porque la respuesta es dura. Sí, lo sos. Yo en cambio, no.” Lo hablamos por chat en Skype. Le seguí haciendo preguntas, pero me dijo que era la única información que le habían dado. Le pregunté si podía hablar directamente con ellos, y aún más importante, quiénes eran “ellos”. “Nata, esta es gente pesada. No te metas”, me respondió.
Recién en el 2018 entendí a lo que se refería. Martín desde que llegó a Suiza trabajó en la parte de seguridad, gracias a su pasado en la policía y militares. Y gracias a que trabajó duro y constantemente logró un muy buen estatus económico y social. Básicamente, Martín, después de sobrevivir Argentina se reinventó y rehizo su vida. Un poco como yo, quitando el éxito económico y estatus social.
Después de que me contase lo que había averiguado, nuevamente perdimos el contacto. Esto de recibir noticias tan movilizantes me lo tomo siempre con mucha calma, y en ese entonces, yo que recién salía de mi pico de depresión, quería dedicarme más que nada a producir mi música y rehacer mi vida desde un lugar más sano. Tenía 33 años y había lanzado mi primer single producido por mi, “No te doy más” a través de mi compañía discográfica “El Sol y la Luna music”. Todo un logro para alguien que dos años antes apenas se podía levantar de la cama, atender el teléfono o salir de la casa.
El camino de rehabilitación de un burn out, o de cualquier tipo de depresión o trauma es largo, complejo y hay que tener mucha paciencia y constancia. En mi caso, en ese momento al menos, consistía en entrenar, ir a mis reuniones de 12 pasos, meditar, alimentarme bien, e ir a las charlas de mi amigo Jeremy Halpin , experto en medicina china, sobre la conexión entre la energía, el cuerpo, las emociones y el alma. Estaba decidida a salir para adelante, y lidiar con la búsqueda de mi origen biológico no era un lujo que me podía dar en ese momento. En teoría, entendía lo esencial que es la identidad biológica de una persona, pero todo el asunto me sobrepasaba tanto que no veía la razón por la cual meterme ahí. Decidí que era el momento en mi vida de construir mi futuro de la forma en que yo lo quería construir.
Ya era el 2012 y era tiempo de invertir en mi carrera, tener estabilidad económica, y eventualmente más adelante, si era lo que queríamos con mi pareja, hasta pensar en tener una familia.
Siempre puedo contar con mi vida para arruinarme los planes.
Llegó el 2013 y con ese febrero la muerte de mi mamá, y la búsqueda no pudo esperar más. Estaba escrito en las estrellas. A partir de ese año el ruido dentro mío me aturdiría hasta que le hiciera caso. Lento pero seguro, la puerta se abrió, y yo caí como Alicia en el país de las maravillas cayendo en la madriguera del conejo.Lo que siguió ya la conté. Fue ir a Abuelas de Plaza de Mayo y eventualmente dejar mi ADN a finales del 2015, para ver si mi familia biológica se encontraba en su banco de datos genéticos.
Ese mismo año, 2015, me había ganado una beca del Comité sueco para becas de Arte para trabajar con el artista Kevin Johansen y aproveché para viajar a Argentina y quedarme hasta recibir el resultado, que como ya conté dió negativo.
Volví a Suecia en abril del 2016 a retomar mi vida sueca con un plan: Me iba a encerrar en mi estudio, deprimirme y trabajar. Ese gran vacío y desesperanza que me había dejado el resultado de ADN me iba a consumir, y yo lo iba a dejar. No me iba a resistir, no iba a tener más esperanzas, no iba a tratar de encontrar el lado positivo de todo esto, ni tratar de entender que aprendizaje me había dejado. Simplemente me iba a hundir en mi dolor y lástima por mi misma.
Pero Simon, y Juan, mi pareja de ese momento, tenían otros planes. Vinieron los dos juntos un día a mi estudio y me emboscaron diciéndome: “Ya está? Te vas a dar por vencida?”. Me insistieron un buen rato, me dieron todas las razones por las cuáles no me podía dar por vencida, muy seriamente me explicaron que si lo hacía me iba a arrepentir en el futuro y que al final si ya habíamos llegado tan lejos, porque no seguir un poco más, que alguien tenía que saber algo más. De alguna forma debería haber otra forma de seguir la búsqueda, que por que no, contratar a un detective privado? A lo que finalmente dije: “Bueno, puede ser que haya alguien que me pueda ayudar”
Es en esta parte del relato, cuando cuento esta historia, que en mi cabeza aparece un personaje del programa para niños de la televisión mexicana “Chespirito”. Un super héroe con el que crecí, que llevaba como emblema un corazón enorme en su pecho, el Chapulín colorado. La escena era siempre la misma, alguien estaba en problemas y decía “Y ahora, quién podrá defendernos” y de la nada aparecía él, y todos gritaban “El Chapulín colorado” a lo que él respondía “No contaban con mi astucia” y salvaba el día.Asi que ahi, cuando Simón mencionó al detective privado pensé: “Voy a llamar a mi Chapulin colorado”.. Le mandé un mensaje a Martin ahí nomás y por supuesto él contestó a los minutos.
Así retomamos nuevamente las aventuras de Naty y Martin, el Chapulín colorado.
Le conté todo lo que había pasado. Todo. Toda la vuelta con Abuelas de Plaza de Mayo, el documental, mi tristeza.Y Martín, que es un héroe nato, sin dudarlo un minuto, decidió ayudarme otra vez.
Simon, Juan y yo viajamos a Suiza en octubre del 2016. Nos quedamos sólo un par de días, yo le llevé una copia del expediente que Abuelas de Plaza de Mayo tenía sobre mi caso y Martín apenas lo leyó, mandó un mensaje a un contacto en Argentina para que le proveyese información sobre el doctor que me vendió, Celestino Bartucca y la dirección donde yo supuestamente había nacido. Al la hora nos llegó la respuesta: Había mucha gente que preguntaba sobre esa dirección y ese doctor, sobre todo casos que tuvieran que ver con el robo de bebés en época de la dictadura militar. También nos mandó el link de un video en YouTube de una cámara oculta al doctor Bartucca, donde quedaba en claro que la venta de bebés era común y prácticamente no se penalizaba. Quién había subido el video era Lorena Quiroga, partícipe de ese video. Mujer valiente que también habiendo sido vendida por el doctor, buscaba su verdad.
Volvimos de Suiza y a mí me dolía el alma. Me habían vendido como a una mascota.
La realidad es mucho más linda cuando una se la imagina que cuando una la confronta. Pero también volví con una fuerza interna gracias a que Martín, que realmente no tenía porque, había movido sus contactos y dedicado su precioso y escaso tiempo a nosotros durante un par de días.
Ante esa realidad tan pesada, un héroe se levantaba y cambiaba el curso de mi historia. Un héroe se quitaba el camuflaje y se mostraba por quién realmente era y me levantaba del lodo.
Nos volvimos a ver en Paris, cuando con Simon fuimos a encontrarnos con Ignacio Carlotto y Claudia Carlotto, y nuevamente cuando juntos viajamos a Argentina en el 2018 y averiguamos sobre el tráfico de bebés y tratamos de conectar la dictadura militar con el doctor Bartucca. Él último viaje a Argentina lo hicimos Simón y yo solos. Por supuesto que lo extrañe a Martin, pero también comprendo que por la razón que fuera, seguramente tuvo que poner su tiempo y energía en otras cosas.
Martín y yo nadamos en el mismo agua y aunque de muchas formas somos muy diferentes, en algún lugar dentro nuestro somos muy parecidos. Cuándo él me mira sé que me vé y cuando yo lo miro creo o espero que él sepa que yo también lo veo. Haber podido hacer parte de este viaje con él fue un lujo, poder habitar en su aura fue fascinante.
Hay gente así en el mundo, con tantas capas y facetas y profundidades que son interminables. Martín es uno de ellos. Un héroe que se camufla de muchas otras cosas pero que siempre va a ser quién siempre fue, ese niño que conocí, que jugaba a ser detective en los recreos, el que defendía a los que no se podían defender, el que amaba la justicia desde tan chico. Su alma siempre va a ser su alma. Y yo siempre voy a saber que está ahi. No importa el camino que tome en la vida. Martin siempre va a ser mi héroe involuntario. Mi Chapulín colorado.