El día que finalmente fui a Abuelas de Plaza de Mayo me temblaban las piernas. Fui con un amigo que me sostuvo los últimos metros hasta la puerta de sus oficinas. Cuando yo hice mi presentación espontánea en Abuelas de Plaza de Mayo-que quiere decir básicamente que me presenté diciendo que tenía sospechas de que era hija de desaparecidos, no éramos muchos los que nos acercábamos. Era, aparentemente inusual. Todo esto cambió con el gobierno Kirchnerista que vino más tarde, y hoy en día es bastante sabido que es lo que hay que hacer si una tiene sospechas de ser hija de desaparecidos y quiere presentarse en Abuelas de Plaza de Mayo.Para mí fue como salir del closet. Me hice visible ante un posible, según mi familia, enemigo. Como conté antes, en ese entonces sólo se escuchaban historias sobre cómo perseguían a la gente y una vez que sospechaban que habían encontrado a un hijo o hija de desaparecidos no paraban hasta sacarles una muestra de ADN y condenar a la familia que los crió. Y claro está, tenían razones para hacer esto.
En la mayoría de los casos esos bebés eran hijos de mujeres detenidas-desaparecidas que se encontraban embarazadas y que eran mantenidas con vida en los centros clandestinos de detención hasta el parto. Inclusive hasta a veces estas mujeres eran torturadas a pesar de estar embarazadas. La dictadura organizó un reglamento secreto para establecer el procedimiento en estos casos y organizó maternidades clandestinas dentro de los centros clandestinos de detención o en sus cercanías, con médicos y enfermeras bajo mando militar. Una vez producido el parto, se asesinaba a la madre y se confeccionaban documentos falsos para el bebé, borrando su identidad original. Los bebés eran entonces entregados a parejas que, en la mayoría de los casos, eran cómplices o encubridoras del asesinato de los padres biológicos y de la supresión de la identidad de los niños. En algunas oportunidades, los niños fueron inscriptos como propios por los apropiadores y, en otros, mediante adopciones ilegales. (Wikipedia)
Por alguna razón y lógica que todavía me cuesta entender, tenía sentido matar a las madres, pero no a los bebés recién nacidos. Según lo que entendí, creían que los bebés recién nacidos podían ser salvados de las ideologías de izquierda de sus padres biológicos, si es que eran criados por gente de derecha.
No recuerdo si fueron una o dos veces que fui ese año. Si recuerdo conocer a Estela de Carlotto, la presidenta de Abuelas, a Abel Madariaga secretario de Abuelas y creo que inclusive a Claudio Carlotto, coordinadora de la Conadi. Me acuerdo poder charlar un poco con Abel y Estela y sentir que estaba en la presencia de almas grandes, de gente con integridad, que por las cosas que habían vivido y visto llevaban coraje en los ojos. Me hablaron sobre la identidad, que era mi derecho y que todos necesitamos saber de dónde venimos. Por primera vez, sentí que alguien sabía lo que me estaba pasando.Me pidieron traer mi partida de nacimiento para poder iniciar una investigación y determinar si de hecho podían haber sospechas de que yo era hija de desaparecidos. De ser así, me pedirían después una la de ADN para compararlo con las muestras de ADN del Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG) donde se encuentran almacenadas todas las muestras de los familiares que buscan a los niños desaparecidos por el terrorismo de Estado, y de todas las personas que sospechan ser hijas de desaparecidos, y ya dejaron su muestra.
Pero en absolutamente ningún momento se habló de coerción.
Unos días más tarde le pedí la partida de nacimiento a mi papá y como ya dije antes, no recuerdo mucho de ese día, más que probablemente era domingo porque estaba toda la familia en casa, y que la reacción de toda mi familia consistió más que nada en de gritos, nervios, caos y amenazas. Yo, que nunca fui rebelde, ni de presencia imponente, ni de esas a las que no les importa el conflicto, no dí brazo a torcer. Dejé mi partida de nacimiento en Abuelas de Plaza de Mayo y al poco tiempo me mudé a Suecia, siguiendo a ese sueco vikingo del que me enamoré. Ese que parecía tan valiente y seguro de sí mismo. Ese que a diferencia del mundo que me rodeaba, abogaba por los derechos humanos.Llegué a Estocolmo el 9 de junio del 2002, cuatro días antes de ver a Argentina perder en el mundial contra Suecia, lo cuál agregó más aún a esa sensación bizarra de haberme mudado al otro lado del planeta. Al tiempito de haberme instalado, me llegó un mensaje de mi amigo Dario que era mi contacto con la Conadi. Había sido contactado por ellos, diciéndole que tenían noticias importantes y que si los podía llamar. Para los que no saben que és la Conadi, es la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad, que impulsa la búsqueda de hijos e hijas de desaparecidos y de personas nacidas durante el cautiverio de sus madres, durante la última dictadura cívico-militar Argentina, a fin de determinar su paradero y restituir su identidad. Básicamente son los detectives de Abuelas, los que hacen la parte de investigación.Tomé coraje y llamé, como quién quiere saber pero no quiere saber en realidad. Me dijeron que el médico que firmó mi partida de nacimiento, el doctor Bartucca, ya estaba siendo procesado-me acuerdo justamente de esa palabra “procesado” por otros casos. Dado que esto era una fuerte indicación de que fuera muy posible que yo era hija de desaparecidos, me pidieron de dejar el ADN cuando esté preparada a dejarlo.
Nuevamente, nada de coerción. Me acuerdo de estar sentada en el living de ese departamento enorme en Kungsholmen, la zona de Estocolmo donde vivíamos, en estado de shock, sin saber que hacer de mi misma. Apenas mi novio sueco llegó del trabajo le conté lo que había pasado, pero él no pareció entender para nada lo que implicaba el llamado que había tenido. Al parecer había grandes posibilidades de que encontrase una familia biológica. O sea, si dejaba el ADN se cambiaba mi identidad y empezaría un proceso para determinar que rol jugaron mi papá y mamá en mi apropiación. “Hasta acá llegó mi amor por la justicia” pensé “Algún día, si las leyes cambian, si me puedo asegurar que no le pasa nada a mis padres, dejaré ese ADN”.Así fueron pasando los años, yo convencida de que si dejaba el ADN iba a encontrar una familia y al mismo tiempo con terror de que me obligasen y perder tanto.En los años que siguieron, el gobierno argentino cambió y la concientización de lo que pasó en la última dictadura militar creció. También la concientización de los derechos a las mujeres y la desigualdad social. No digo esto porque simpatice con algún partido político. La razón por la que noté un cambio, es que mi mamá empezó a hablarme de esos temas cuando me llamaba por teléfono. Mi mamá que no leía un libro a menos que fuera de recetas de cocina, que en algún momento cuestionó si la Tierra realmente era redonda y que tenía como referencia cultural personajes de televisión como Mirta Legrand y Susana Giménez, que si no saben quienes son, bueno sin querer ser cruel, puedo decir, no han sido estandartes de la cultura elevada y sofisticación del país, un día empezó a hablar de las Abuelas y del feminismo. Si esta información y cambio de actitud le había llegado hasta a mi madre, entonces realmente había habido un cambio en la sociedad Argentina!Yo, sin contarle a nadie, cada tanto mandaba un mail a la Conadi, preguntando si habían cambiado las leyes. Era lo único que me preocupaba. Había alguna forma en la que yo pudiese restituir mi pasado biológico sin tener que destruir mi presente? Para mi, y tal vez para muchos otros en la misma situación que yo, el precio a pagar por obtener la verdad del pasado a veces resulta muy alto. Perder mi identidad para imponer otra dos veces en la vida, suena bastante innecesario. No era que yo era una niña, cuando esto comenzó yo ya tenía 23 años, una mujer hecha y derecha. Con toda la herencia cultural de mi familia adoptiva. Una cruza rara de híbrido alemana por mi papá, austríaca por mi mamá y argentina por el país donde crecí. Llevando un apellido imposible de pronunciar para la mayoría de los hispanoparlantes y un extraño amor a lo noreuropeo. Yo, a mi familia siempre los adoré. Así de disfuncional como era todo, a pesar de la violencia y la negligencia de mis padres, los adoraba. Cuando mi mamá falleció de cáncer en el 2013, estuve a su lado hasta su última respiración. Y cuando lo abracé a mi papá antes de irme al aeropuerto el treinta de junio del 2022, sabiendo que sería la última vez que lo abrazaría, por dentro sentí que me moría.Entregar mi apellido, mi historia, mi herencia, mi familia, porque en algún momento de mi nacimiento el mundo caótico que me rodeaba tomó decisiones acordes a una ideología de ese momento y de esa forma determinó para siempre el curso de mi vida, es mucho pedir.Yo no estaba preparada a perder tanto. Y eso sin tener en cuenta las consecuencias a mi familia. No me podía imaginarlos presentarse a un juez a declarar y ser maltratados como seguramente lo iban a ser, simplemente porque “buscaron” a la bebé equivocada. Que como me dijo mi papá: “Si hubiese sabido que venías de ahí nunca te hubiese adoptado. Yo no estoy de acuerdo con esa ideología”.Así que me tomé mi tiempo. El deseo de saber mi identidad biológica se vio interferido por mi miedo a todo lo que perdería de encontrar mi origen. El derecho a mi identidad venía con un costo enorme. Aparte, la vida en Suecia me tenía bastante ocupada, tratando de sobrevivir como artista y músico. Y con todo ese trauma encima que me mantenía despierta por las noches y debilitada durante los días. Tratando de vivir mi vida más allá de las heridas y los dolores. Tratando de soñar y encontrar la alegría en lo cotidiano. Que con semejante dolor en el alma, les puedo asegurar, requiere mucha energía. Todavía hoy tratar de ser feliz y sentir agradecimiento por esta vida, para mi es un trabajo de tiempo completo. Así que eso de andar tomando grandes decisiones, lo dejé para mucho más adelante.