Jesucristo llevó sobre sí nuestras iniquidades, rebeliones y pecados, el problema es que muchas veces solo tratamos con el pecado, pero no vamos a la raíz del pecado, que es la iniquidad y, esta tiene el poder de contaminar el espíritu, enlodar el alma y enfermar el cuerpo. La iniquidad es esa semilla de maldad que el enemigo pone sobre mí y cuando la creemos, entra al espíritu y trae sequedad a los huesos. Jesucristo ya pagó el precio para que seamos libres de iniquidad, rebelión y pecado.