Recibí un colchón nuevo acompañado de una lista de reglas extrañas: colocar sábanas al instalarlo, no dormir directamente sobre él, no moverlo una vez instalado, no mirar debajo después de la medianoche, no dormir en su lado izquierdo, ignorar cualquier ruido que proviniera de él y, sobre todo, nunca quemarlo. Ignoré las reglas. Esa noche, descubrí que el colchón estaba vivo. Sus pulsaciones, sombras y grietas revelaron un abismo oscuro lleno de figuras atrapadas, una red de almas conectadas. Ahora soy parte de su ciclo, marcado para perpetuar su existencia y atraer al próximo. El colchón no es solo un objeto; es una trampa eterna.