Corría el año 57 d.C., cuando tuvo lugar el arresto de un judío peculiar en la ciudad de Jerusalén. El detenido fue llevado ante el tribuno que mandaba la guarnición romana acuartelada en la torre Antonia. Inicialmente, el romano pensó que el personaje en cuestión era un egipcio que había intentado recientemente llevar a cabo un golpe de fuerza. Sin embargo, no tardó en sospechar que se había equivocado cuando lo escuchó hablar en griego. Procedió entonces a preguntarle quién era. La respuesta fue directa: «Soy judío, de Tarso de Cilicia, ciudadano de una ciudad de no escasa importancia» (Hech. 21:39). El hombre que acababa de responder así era ciertamente judío, pero también ciudadano romano, nacido en Tarso.