El perro no ha dormido bien, el viento sur ha soplado con intensidad durante la noche haciendo temblar las persianas y la copa de los árboles aledaños. Su sueño ha sido inconstante, también el mío, una duermevela desesperada por encontrar la calma que no llegaba.
Casualmente leía hace poco un artículo en el que se analizaba el insomnio en España: ha aumentado entre la población de manera considerable. Ahondando en el asunto en internet encontré otro donde se culpaba a la hormona del sueño, la afamada Melatonina, de extrañas pesadillas, crear una artificialidad a la larga en el cerebro.
Muchos han sido los escritores que han profundizado en lo onírico como fuente de inspiración. Vladimir Nabokov, sin ir más lejos, en 1964 tomó nota de sus sueños nada más despertarse durante tres meses con el fin de demostrar que el tiempo era una entidad de varias direcciones. Concepto que influyó en numerosas de sus novelas, incluida su obra maestra Ada o el ardor.
Frank Kafka pasaba las noches escribiendo (durante el día cumplía sus obligaciones laborales en un instituto de patentes en Praga); Marcel Proust —además de alimentarse a cafés y croissant y ser un trasnochador empedernido—, cuando lo hacía, escribía por las noches en un cuarto de paredes revestidas de corcho para evitar los ruidos del exterior; Thomas Wolfe, autor de La mirada del ángel y Tengo algo que deciros, se atiborraba a té y café mientras escribía de pie y usaba la nevera como atril (era extremadamente alto); el maravillo Gustave Flaubert, escritor de la siempre inolvidable Madame Bovary, trabajaba por las noches varias horas sobre sus manuscritos porque durante el día se distraía fácilmente; la autora de Entrevista con el vampiro, Anne Rice, prefería también escribir por las noches por el mismo motivo; Toni Morrison, Premio Nobel de Literatura en 1993, en sus primeros años como escritora, al ser madre y trabajar en una editorial por el día, se abandonaba a la exigente tarea de escribir durante las horas noctámbulas.
Podría seguir compartiendo innumerables ejemplos en los que escritores y escritoras pasan la noche dando forma a obras maestras, pero la lista sería interminable.
Todo escritor o escritora que se precie debe percibir como una oportunidad esa vigilia, y profundizar en el mundo creativo.
Algunos expertos culpan a una vida «excesivamente iluminada» nuestra falta de sueño. Por lo visto, el resplandor de las pantallas móviles hace que el cerebro continúe en vela a altas horas de la madrugada.
El móvil en la mesilla de noche se ha convertido en un objeto imprescindible, una compañía tan persistente como inerte, que nos hace vivir alerta. A veces creo que es la inmediatez la que ha convertido la necesidad de dormir en un sueño inalcanzable, la misma necesidad imperiosa de sucumbir.
Las noches de insomnio son cada vez más frecuentes, el cansancio acumulado a lo largo del día no es suficiente para sucumbir al sueño . Me digo que todo escritor o escritora que se precie debe percibir como una oportunidad esa vigilia, y profundizar en el mundo creativo. Sin embargo, el cansancio sigue ahí, es demasiado fuerte como para levantarme y sentarme frente al ordenador. Apenas tomo notas en el móvil; algunas pinceladas de la trama que estoy escribiendo, diálogos vagos de los personajes o versos sueltos de algún poema. Nunca he sufrido (o disfrutado, según se mire), ese frenesí que domina a algunos escritores y escritoras y les obliga a no cesar de escribir, casi no comer ni dormir hasta que han concluido su obra.
Experimentar ese trance es uno de mis sueños.
¡Gracias por leerme!
🖤Clarisa
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