Aprendí a respirar más profundo, a hacer pausas, a mirar el cielo y agradecer porque aunque todo por fuera se sentía igual… por dentro ya no lo era.
Es difícil explicarlo, pero cuando Dios entra a tu vida, lo invisible cobra poder. Y ese poder empieza a ordenar lo visible: tus relaciones, tus decisiones, tus palabras, tus pensamientos, tu energía, etc.