Sin perder su valía como el hecho cultural más trascendental y masivo en Cuba, la Feria del Libro ha sufrido los embates de los problemas objetivos que hoy sacuden a Cuba.
Por una parte, la producción de libros se ha visto reducida a una mínima expresión de lo que hace algunos años salía de nuestras imprentas y poligráficos y por otra, su celebración no escapa de la situación energética que agobia a no pocos cubanos.
La escasez de nuevos títulos ha encontrado una, no justa, pero necesaria salida con la posibilidad de que editoriales extranjeras traigan sus productos, no tan selectivos a veces desde el punto de vista literario como los que en el país se producen, no tan económicos como los nacionales cuyos precios en muchas ocasiones son simbólicos, pero que, al final, ofrece la oportunidad de llevar a casa algún ejemplar, sobre todo para los niños, con una visualidad atractiva, o material de papelería.