“Hace ya unas (cinco o Seis) décadas que unas "nuevas artes", llegadas de culturas tan lejanas como exóticas, se hallan presentes en nuestros imaginarios. Impulsadas por el cine, la televisión (deportes y videojuegos) se fueron implementando paulatinamente en las calles de nuestras ciudades, y, aunque podría parecer contradictorio, no lo hicieron en academias o escuelas de arte dramático, ni pasaron a formar parte de los planes de estudio de bellas artes, sino que encontraron su lugar de asentamiento en las escuelas de artes marciales, dojang o dojos, que con el tiempo se fueron transformando en los gimnasios, clubes o centros deportivos actuales”.
Lo cierto es que cuando pronunciamos o leemos el conjunto de palabras artes marciales, nos vienen a la mente tanto los elementos marciales o militares, como los ideales artísticos que denota la palabra arte.
Lo militar resulta evidente cuando se observa el conjunto de técnicas que engloba cada una de las artes marciales, y vemos que la mayoría de las mismas nos remite a contextos bélicos, pues consisten en movimientos de ataque, con la finalidad de infringir daño físico a un adversario, y de defensa, para repeler los ataques de éste.
Cuando hablamos del arte, la cuestión se complejiza, y se ve resaltada la posible contradicción entre la agresión y la belleza, entre la destrucción y la creación, o entre el dar muerte al enemigo y la trascendencia espiritual.