Jesús profetiza la destrucción del Templo de Jerusalén que se produjo cuarenta años después y ya no tienen lugar para la oración y para el sacrificio. Los judíos aún están esperando al Mesías. Cuando un judío descubre que Jesús es el Mesías y el Salvador del mundo, no cambia de religión, sino que encuentra la plenitud de la que tuvo antes.