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Desde la Diócesis de Tui-Vigo, a través de la Vicaría de Pastoral y la delegación de Medios de Comunicación Social, te proponemos este itinerario de espiritualidad para rezar con el Evangelio de cada día desde la Cuaresma hasta Pentecostés.
Reflexión escrita por el sacerdote diocesano Ángel Carnicero.
Música © Mingos Lorenzo.
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Entrar de verdad en el misterio de la oración supone adentrarnos en la atmósfera de la relación con el Dios de Jesucristo, nunca una realidad abstracta e impersonal, al contrario, un Dios con Rostro de Padre, que nos invita siempre a un diálogo entrañable, donde Él se nos manifiesta y se autocomunica. En este encuentro, nosotros nos descubrimos a nosotros mismos, descubrimos también nuestra identidad más profunda, la de hijos y hermanos. La oración nos abre también al conocimiento de nuestra propia indigencia, de nuestros límites y de nuestras falsas seguridades, así como de los ídolos que dominan nuestro de modo de pensar y actuar. Esto no es un problema, al contrario. Si, como el publicano, lo reconocemos y lo hacemos ante la atenta mirada de Dios, la sanación se inicia y la curación está cerca. Por el contrario, una actitud farisea nos incapacita para orar, es decir, para el diálogo redentor. Nos instala en el monólogo, una falsa oración, sin referencia a nadie más que a nosotros mismos. Trataríamos de revestirla de autenticidad a base de considerar nuestros méritos y nuestra presunta perfección, pero lo único que conseguiremos será embebernos más de nosotros mismos, despreciando a los demás, mientras hacemos un elenco de sus imperfecciones. ¡Ojalá que en este tiempo de Cuaresma, y siempre, nuestra oración se deje inspirar por las palabras orantes del publicano: «¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador!». De este modo, la experiencia orante será siempre un evento de salvación.
By Diocese Tui-VigoDesde la Diócesis de Tui-Vigo, a través de la Vicaría de Pastoral y la delegación de Medios de Comunicación Social, te proponemos este itinerario de espiritualidad para rezar con el Evangelio de cada día desde la Cuaresma hasta Pentecostés.
Reflexión escrita por el sacerdote diocesano Ángel Carnicero.
Música © Mingos Lorenzo.
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Entrar de verdad en el misterio de la oración supone adentrarnos en la atmósfera de la relación con el Dios de Jesucristo, nunca una realidad abstracta e impersonal, al contrario, un Dios con Rostro de Padre, que nos invita siempre a un diálogo entrañable, donde Él se nos manifiesta y se autocomunica. En este encuentro, nosotros nos descubrimos a nosotros mismos, descubrimos también nuestra identidad más profunda, la de hijos y hermanos. La oración nos abre también al conocimiento de nuestra propia indigencia, de nuestros límites y de nuestras falsas seguridades, así como de los ídolos que dominan nuestro de modo de pensar y actuar. Esto no es un problema, al contrario. Si, como el publicano, lo reconocemos y lo hacemos ante la atenta mirada de Dios, la sanación se inicia y la curación está cerca. Por el contrario, una actitud farisea nos incapacita para orar, es decir, para el diálogo redentor. Nos instala en el monólogo, una falsa oración, sin referencia a nadie más que a nosotros mismos. Trataríamos de revestirla de autenticidad a base de considerar nuestros méritos y nuestra presunta perfección, pero lo único que conseguiremos será embebernos más de nosotros mismos, despreciando a los demás, mientras hacemos un elenco de sus imperfecciones. ¡Ojalá que en este tiempo de Cuaresma, y siempre, nuestra oración se deje inspirar por las palabras orantes del publicano: «¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador!». De este modo, la experiencia orante será siempre un evento de salvación.