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Desde la Diócesis de Tui-Vigo, a través de la Vicaría de Pastoral y la delegación de Medios de Comunicación Social, te proponemos este itinerario de espiritualidad para rezar con el Evangelio de cada día desde la Cuaresma hasta Pentecostés.
Reflexión escrita por el sacerdote diocesano Guillermo Juan Morado.
Música © Mingos Lorenzo.
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“La casa se llenó de la fragancia del perfume”. En Betania, en la casa de los amigos de Jesús, donde el Señor había devuelto a Lázaro a la vida, no le piden a una sierva que lave los pies al huésped. Se ocupa de ello María en persona: “tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera”.
María no se limita a la lavar los pies de Jesús, sino que los perfuma. Con este gesto, María lleva al límite la gratuidad del don, en un exceso de amor que huye de toda cicatería y que cae en el “bendito desperdicio donde se entrevé un corazón agradecido”. La gratitud, como la fragancia, llena toda la casa.
Lo que para unos es “olor de vida”, para otros será “olor de muerte que mata”. En contraste con María, Judas se queja del dispendio, “no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón”.
San Agustín nos anima a ungir los pies de Jesús obrando la justicia, viviendo la fe: “Unge los pies de Jesús viviendo bien; sigue sus huellas; enjúgalas con tus cabellos. Si tienes algo superfluo, dalo a los pobres y habrás enjugado los pies del Señor “. De este modo, el mundo podrá percibir en el testimonio de los cristianos el buen olor de Cristo.
By Diocese Tui-VigoDesde la Diócesis de Tui-Vigo, a través de la Vicaría de Pastoral y la delegación de Medios de Comunicación Social, te proponemos este itinerario de espiritualidad para rezar con el Evangelio de cada día desde la Cuaresma hasta Pentecostés.
Reflexión escrita por el sacerdote diocesano Guillermo Juan Morado.
Música © Mingos Lorenzo.
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“La casa se llenó de la fragancia del perfume”. En Betania, en la casa de los amigos de Jesús, donde el Señor había devuelto a Lázaro a la vida, no le piden a una sierva que lave los pies al huésped. Se ocupa de ello María en persona: “tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera”.
María no se limita a la lavar los pies de Jesús, sino que los perfuma. Con este gesto, María lleva al límite la gratuidad del don, en un exceso de amor que huye de toda cicatería y que cae en el “bendito desperdicio donde se entrevé un corazón agradecido”. La gratitud, como la fragancia, llena toda la casa.
Lo que para unos es “olor de vida”, para otros será “olor de muerte que mata”. En contraste con María, Judas se queja del dispendio, “no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón”.
San Agustín nos anima a ungir los pies de Jesús obrando la justicia, viviendo la fe: “Unge los pies de Jesús viviendo bien; sigue sus huellas; enjúgalas con tus cabellos. Si tienes algo superfluo, dalo a los pobres y habrás enjugado los pies del Señor “. De este modo, el mundo podrá percibir en el testimonio de los cristianos el buen olor de Cristo.