Exploré una pirámide maya recién descubierta en lo profundo de la selva, ignorando las advertencias inscritas en una lista de reglas antiguas. Las reglas eran específicas: quemar copal antes de entrar, mantener el silencio en la entrada, evitar el nivel inferior al atardecer, ignorar los susurros del este y derramar una gota de sangre en el altar. Pensé que eran supersticiones, pero al romperlas, desperté algo que nunca debí perturbar. Ahora, un antiguo dios maya se ha liberado, y solo un sacrificio podría mantenerlo atrapado en la oscuridad. Entendí demasiado tarde que las reglas no eran advertencias, sino un ritual para contenerlo.