Consiste en ser capaz de admitir y estar receptivos a sentir las emociones como positivas por lo que simbolizan y por lo que nos informan (aunque no sea agradable es importante sentir tristeza ante una pérdida o enfadarnos cuando alguien nos ha hecho daño). Además, es imprescindible saber gestionarlas de forma eficaz (tanto las nuestras como las de los demás: ¿cuántas veces se le dice a los niños “no llores” cuando se lastiman? ¿cuántas veces no nos permitimos estar tristes y nos ahogamos en la tristeza por querer esconderla?).
Así, como vemos, la inteligencia emocional es algo mucho más concreto que lo que en ocasiones podemos entender. En posteriores artículos iremos viendo implicaciones prácticas de ésta y cómo desarrollar cada una de estas capacidades con el fin de integrar y hacer nuestra una habilidad tan importante como es la inteligencia emocional.