Hilaricita

Detrás del Escritorio (SUNO)


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Viernes 28 de noviembre, 2025.

A lo largo del siglo XIX, cuando la Revolución Industrial transformaba el mundo del trabajo y las oficinas comenzaban a organizarse con mayor estructura, surgió la figura de la secretaria. Al principio, eran casi exclusivamente hombres quienes desempeñaban esas labores administrativas, pues se consideraba que requerían preparación y discreción, cualidades que en esa época la sociedad atribuía al género masculino en el ámbito profesional. Sin embargo, con el paso del tiempo —especialmente tras las dos guerras mundiales—, muchas mujeres ingresaron al mercado laboral en roles administrativos. Las máquinas de escribir se volvieron símbolo de su presencia en las oficinas, y la imagen de la “mecanógrafa” eficiente, ordenada y de pulcro aspecto se arraigó en la cultura corporativa del siglo XX.

Durante décadas, la secretaria fue el pilar silencioso de la burocracia empresarial. No solo transcribía cartas o archivaba documentos, sino que gestionaba agendas, filtraba llamadas, anticipaba necesidades y, en muchos casos, sostenía con su criterio la operatividad diaria de directivos y ejecutivos. Aunque su rol solía estar infravalorado, su capacidad para navegar entre lo técnico y lo interpersonal la convirtió en una pieza indispensable. Con la llegada de la informática, el teléfono móvil y el correo electrónico, muchas de sus funciones evolucionaron o se redistribuyeron, y el título mismo de “secretaria” fue cediendo espacio a designaciones como “asistente ejecutiva”, “coordinadora administrativa” o “gestora de oficina”.

Hoy, más allá de los cambios tecnológicos y de nomenclatura, sigue existiendo esa figura que sostiene con rigor, tacto y sentido práctico el entramado de la vida organizacional. Ya no lleva necesariamente taquimecanografía en su currículum, pero sí esa mezcla de competencia, lealtad discreta y habilidad para hacer que todo funcione sin que se note demasiado el esfuerzo. La historia de las secretarias es, en el fondo, la historia de un trabajo invisible que hizo posible que otros brillaran.

Detrás de cada reunión que comienza a tiempo, de cada documento que llega firmado en el momento exacto, de cada llamada contestada con calma aunque el caos ronde la oficina, hay una secretaria. Su aporte en instituciones —tanto públicas como privadas— es mucho más profundo que lo que los estereotipos han querido mostrar. No se trata de una figura decorativa, ni de alguien cuya función principal sea servir café con una sonrisa coqueta o guardar secretos incómodos de jefes infieles. Esa caricatura, repetida hasta el cansancio en series y películas, no solo distorsiona la realidad, sino que minimiza un trabajo que exige inteligencia emocional, sentido de la responsabilidad y una capacidad asombrosa para gestionar lo urgente y lo importante al mismo tiempo.

En la administración pública, donde los procesos son lentos y la burocracia densa, las secretarias suelen ser el hilo conductor que evita que los trámites se pierdan en el olvido. Son ellas quienes recuerdan fechas límite, completan formularios con precisión, traducen normativas complejas en pasos concretos y, muchas veces, humanizan el rostro frío de la institución ante los ciudadanos. En el ámbito privado, su labor es igualmente esencial: coordinan agendas que parecen imposibles, anticipan necesidades antes de que se expresen, y mantienen el equilibrio entre lo operativo y lo estratégico con una discreción que no siempre es reconocida, pero que rara vez se puede prescindir.

Ser secretaria no es un trabajo de segundo plano; es un oficio de sostén. Requiere memoria, criterio, paciencia y una ética del cuidado que va mucho más allá de lo administrativo. No se trata de complacer egos, sino de garantizar que las cosas funcionen con dignidad, orden y respeto. Y aunque rara vez aparezcan en los discursos de inauguración o en las fotos de logros institucionales, son ellas, con su trabajo callado y constante, quienes sostienen el andamiaje cotidiano de organizaciones enteras.

En muchas oficinas del mundo —desde ministerios hasta corporaciones multinacionales—, las secretarias siguen enfrentando una forma cotidiana, sutil y muchas veces silenciada de violencia: el acoso. No siempre toma la forma de un gesto explícito o una orden directa; muchas veces se disfraza de “confianza”, de bromas incómodas, de comentarios disfrazados de halagos, de exigencias que bordean lo personal, o de esa mirada insistente que se niega a entender que la cercanía profesional no es permiso para traspasar límites. Por su posición, tan cercana al poder como estructuralmente subordinada, las secretarias se convierten con frecuencia en blancos fáciles de abusos que se normalizan bajo la cultura del “así son las cosas aquí”.

Sus derechos más vulnerados son los más básicos: el derecho a trabajar en un entorno seguro, libre de hostigamiento; el derecho a ser escuchadas sin que se les cuestione su “sensibilidad” o se les acuse de malinterpretar las intenciones ajenas; el derecho a negarse sin temor a represalias silenciosas, como la exclusión, la descalificación profesional o la pérdida de oportunidades. En esferas donde priman las lealtades informales y los códigos no escritos, denunciar puede significar poner en riesgo el empleo, la estabilidad económica o incluso la reputación. Y en muchos casos, especialmente en contextos donde las políticas de protección son débiles o inexistentes, no hay mecanismos reales que respalden su palabra frente a la de un superior.

Lo más cruel es que, a menudo, se espera que gestionen no solo agendas y documentos, sino también los egos, los malos humores y las insinuaciones de quienes están por encima de ellas, como si parte de su contrato incluyera aguantar sin quejarse. Pero aguantar no es sinónimo de consentir, y callar no significa que no duela. La verdadera protección no consiste en folletos corporativos bien redactados colgados en una pared, sino en entornos laborales donde se respete su dignidad sin condicionamientos, donde su voz tenga peso real y donde no se las obligue a elegir entre su integridad y su sustento. Porque detrás de cada secretaria hay una persona con derechos no negociables, y no un eslabón prescindible en la cadena del silencio cómodo.

Como ya casi se acaba el número de caracteres de la caja de información, les dejo con la canción que le pedí a SUNO, esperando que esta publicación les haya servido, no solo como entretenimiento, sino que les haya aportado un poco, una chispa de contenido que genera valor.

🎵 🎶 🎶 🎶 🎵 🎼 🎼 ♬ ♫ ♪ ♩

Esta fue una canción y reflexión de viernes.

Gracias por pasarse a leer y escuchar un rato, amigas, amigos, amigues de BlurtMedia.

Que tengan un excelente día y que Dios los bendiga grandemente.

Saludines, camaradas "BlurtMedianenses"!!

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