¿Eran los caballeros medievales los traperos del siglo
VI? ¿Son los artistas urbanos una proyección imaginada de gladiadores
transhistóricos? A Julián Larquier, otrora ex líder de
JVLIAN, una de esas bandas que resquebrajó fronteras entre el concepto de banda
estándar y prácticas de música urbana; le apetece, nuevamente, difuminar los
límites entre el imaginario de la Edad Media y el del apocalíptico 2020, a
medio camino entre la vida en la bitácora cyber y la reflexión de una
generación perdida.
Y lo hace con un nuevo proyecto en solitario al que
decidió nombrar dinastia, sin tildes ni mayúsculas, pero lo hace desde el
torreón más alto de la “Alcazaba” que decide okupar por la fuerza: a medio
camino entre un crooner indietrónico, el aftertrap que bascula entre el r&b
y la cultura rock y el future funk heredado por el Prince de los años ’90,
Larquier rompe con el estereotipo de trapero tanto en su pose, en su propia
estética y en su marco de referencias musicales.
Y lo hace en alianza con 0-600, alter ego de Federico
Ferrer y uno de los productores de referencia en la música urbana argentina
(suya es la base de esa suerte de himno coral de la escena en que se convirtió
“Tumbando el club”); que consigue arrimar texturas por momentos más cerca de un
trap estándar que parece cantado por un cantante melódico (“no muerto”),
colándonos una suerte de r&b con ecos a Dante Spinetta y a una indietrónica
juguetona (“snooze”), firmando una nana urban-lo-fi hipersensual junto a
Lara91k (“cruela”) o conectando a Bon Iver con un Armando Manzanero de la
Generación Z (“rangos”).
Alan Queipo