A principios de los 90, un joven cineasta llamado Quentin empezaba a llamar la atención, pero hasta que tuvo la ocasión de mostrar sus indiscutibles dotes tras la cámara se iba ganando la vida escribiendo guiones con su característico sello. Uno de esos guiones fue llevado a la pantalla, ni más ni menos, que por el gran Tony Scott, dando lugar a esta película que una perfectamente el talento de ambos.