Elena fue sometida a una laparotomía exploratoria debido a un tumor maligno de aproximadamente 8 libras. Aunque ya tenía un hijo, quien también fue un milagro por haber nacido por cesárea, esta operación se convirtió en una experiencia profundamente significativa para ella. A pesar de la amenaza que el tumor representaba para su fertilidad y el riesgo de una segunda operación, Elena considera este proceso como parte del propósito divino en su vida. La cicatriz resultante no le causa vergüenza; al contrario, la ve como un símbolo de la batalla que enfrentó con la ayuda de Dios. Esta cicatriz le recuerda la victoria que Dios le otorgó y reafirma su fe en un Dios verdadero, que vive, reina y cuyo poder trasciende todo entendimiento.