Era una tarde de otoño cuando Martín la vio por primera vez. Caminaba por el parque con una sonrisa tímida y una ligera brisa acariciando su cabello oscuro. Su nombre era Helena, y su presencia parecía hacer que el aire a su alrededor tuviera un toque especial. Martín no podía describirlo exactamente, pero algo en ella lo hacía sentir como si el mundo entero se detuviera en ese preciso momento. Era como si su aroma tuviera la capacidad de envolverlo, de hacer que el tiempo se desvaneciera.