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Aunque hoy mi hija ya es adulta, recuerdo con nitidez una visita que hicimos juntas al Museo del Prado, en Madrid, cuando ella era adolescente. Como muchas madres, buscaba que ese viaje no fuera solo turismo, sino también una experiencia que la tocara, que le dejara algo. Lo que no esperaba era que la sección dedicada a Goya, especialmente sus Pinturas Negras, fuera para ella una verdadera revelación emocional.
Allí, frente a aquellas imágenes crudas, cargadas de angustia, violencia y misterio, me dijo algo que no olvido: “Mamá, así se siente a veces estar en mi cabeza.” En ese momento supe que algo importante había sucedido: el arte había creado un puente entre su mundo interno y el mundo que la rodea.
El arte no es un lujo, es una necesidad emocional
En una sociedad que valora la productividad, la rapidez y los resultados, hablar del arte como algo “esencial” puede sonar exagerado. Pero lo cierto es que el arte cumple una función humana y emocional profunda, especialmente en la adolescencia, cuando las emociones están a flor de piel y cuesta tanto ponerles palabras.
Ya sea contemplando una obra, creando algo con las manos o simplemente visitando un museo, el arte abre canales para expresar lo que a veces no sabemos cómo decir. Diversos estudios han demostrado que las actividades artísticas —desde pintar hasta modelar barro o escribir poesía— activan áreas del cerebro relacionadas con el bienestar, ayudando a liberar endorfinas y reducir la ansiedad.
Goya y los adolescentes: un vínculo inesperado
Goya no fue pensado para adolescentes, claro. Pero su capacidad de representar la oscuridad humana, el miedo, la rabia o el sinsentido del mundo, conecta de forma inesperada con ese torbellino emocional que muchos jóvenes sienten. Las emociones que Goya pintó —el pánico, la confusión, la desesperación— no son nuevas. Han estado ahí siempre. Lo que cambia es la forma en que cada generación las enfrenta y las canaliza.
Y quizás eso es lo más poderoso que tiene el arte: nos recuerda que lo que sentimos no nos hace raros ni solos. Que hubo otros, antes que nosotros, que también temblaron ante la incertidumbre, que también buscaron belleza en medio del caos.
Acercarlos desde lo que ya conocen
A veces, como padres, educadores o adultos, nos frustra que los adolescentes no muestren interés por el arte. Pero muchas veces no es desinterés, sino que no han encontrado todavía una puerta de entrada que les resulte familiar. Una estrategia es relacionar el arte con universos que ellos ya habitan: los videojuegos, las películas, las historias oscuras que tanto los atraen.
De hecho, un grupo de estudiantes de la Universidad del Sur de California creó hace unos años un videojuego llamado Impasto, inspirado en las Pinturas Negras de Goya. La idea era traducir esa estética perturbadora al lenguaje de lo interactivo, conectando la obra con el tipo de experiencias narrativas que muchos jóvenes ya conocen. Un ejemplo más de cómo el arte puede adaptarse sin perder profundidad.
Mi invitación: acompañarlos, no imponerles
Aquel día en el Prado no forzamos la visita. Caminamos con calma, sin pretensiones, y dejamos que el arte hiciera su parte. Acompañar sin imponer es quizás la mejor manera de acercar a los adolescentes al arte. Invitar sin exigir. Sugerir sin juzgar. Confiar en que, en algún momento, una imagen, una frase o una escultura les va a hablar directamente.
Y cuando eso pasa —cuando se enciende esa chispa—, es mágico.
Si te interesa seguir explorando este tema…
Visita mi blog MESCO’s Layers and Lines, donde escribo sobre arte, emociones, y cómo las obras pueden convertirse en un espejo para nuestras vivencias.Ahí comparto también recursos, ideas, y experiencias personales que pueden ayudarte a introducir el arte en tu vida cotidiana o en la de los jóvenes que te rodean
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Thanks for reading Marianne’s Substack! Subscribe for free to receive new posts and support my work.
By Marianne SucreAunque hoy mi hija ya es adulta, recuerdo con nitidez una visita que hicimos juntas al Museo del Prado, en Madrid, cuando ella era adolescente. Como muchas madres, buscaba que ese viaje no fuera solo turismo, sino también una experiencia que la tocara, que le dejara algo. Lo que no esperaba era que la sección dedicada a Goya, especialmente sus Pinturas Negras, fuera para ella una verdadera revelación emocional.
Allí, frente a aquellas imágenes crudas, cargadas de angustia, violencia y misterio, me dijo algo que no olvido: “Mamá, así se siente a veces estar en mi cabeza.” En ese momento supe que algo importante había sucedido: el arte había creado un puente entre su mundo interno y el mundo que la rodea.
El arte no es un lujo, es una necesidad emocional
En una sociedad que valora la productividad, la rapidez y los resultados, hablar del arte como algo “esencial” puede sonar exagerado. Pero lo cierto es que el arte cumple una función humana y emocional profunda, especialmente en la adolescencia, cuando las emociones están a flor de piel y cuesta tanto ponerles palabras.
Ya sea contemplando una obra, creando algo con las manos o simplemente visitando un museo, el arte abre canales para expresar lo que a veces no sabemos cómo decir. Diversos estudios han demostrado que las actividades artísticas —desde pintar hasta modelar barro o escribir poesía— activan áreas del cerebro relacionadas con el bienestar, ayudando a liberar endorfinas y reducir la ansiedad.
Goya y los adolescentes: un vínculo inesperado
Goya no fue pensado para adolescentes, claro. Pero su capacidad de representar la oscuridad humana, el miedo, la rabia o el sinsentido del mundo, conecta de forma inesperada con ese torbellino emocional que muchos jóvenes sienten. Las emociones que Goya pintó —el pánico, la confusión, la desesperación— no son nuevas. Han estado ahí siempre. Lo que cambia es la forma en que cada generación las enfrenta y las canaliza.
Y quizás eso es lo más poderoso que tiene el arte: nos recuerda que lo que sentimos no nos hace raros ni solos. Que hubo otros, antes que nosotros, que también temblaron ante la incertidumbre, que también buscaron belleza en medio del caos.
Acercarlos desde lo que ya conocen
A veces, como padres, educadores o adultos, nos frustra que los adolescentes no muestren interés por el arte. Pero muchas veces no es desinterés, sino que no han encontrado todavía una puerta de entrada que les resulte familiar. Una estrategia es relacionar el arte con universos que ellos ya habitan: los videojuegos, las películas, las historias oscuras que tanto los atraen.
De hecho, un grupo de estudiantes de la Universidad del Sur de California creó hace unos años un videojuego llamado Impasto, inspirado en las Pinturas Negras de Goya. La idea era traducir esa estética perturbadora al lenguaje de lo interactivo, conectando la obra con el tipo de experiencias narrativas que muchos jóvenes ya conocen. Un ejemplo más de cómo el arte puede adaptarse sin perder profundidad.
Mi invitación: acompañarlos, no imponerles
Aquel día en el Prado no forzamos la visita. Caminamos con calma, sin pretensiones, y dejamos que el arte hiciera su parte. Acompañar sin imponer es quizás la mejor manera de acercar a los adolescentes al arte. Invitar sin exigir. Sugerir sin juzgar. Confiar en que, en algún momento, una imagen, una frase o una escultura les va a hablar directamente.
Y cuando eso pasa —cuando se enciende esa chispa—, es mágico.
Si te interesa seguir explorando este tema…
Visita mi blog MESCO’s Layers and Lines, donde escribo sobre arte, emociones, y cómo las obras pueden convertirse en un espejo para nuestras vivencias.Ahí comparto también recursos, ideas, y experiencias personales que pueden ayudarte a introducir el arte en tu vida cotidiana o en la de los jóvenes que te rodean
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