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Envuelto con la cobija azul de barbitas que hacían cosquillas en mis párpados y mejillas, escuché el mejor despertador que puede haber: un crujido constante acompañado de pequeñas explosiones junto a un aroma penetrante que terminó de levantar a las neuronas que aún dormían...
Envuelto con la cobija azul de barbitas que hacían cosquillas en mis párpados y mejillas, escuché el mejor despertador que puede haber: un crujido constante acompañado de pequeñas explosiones junto a un aroma penetrante que terminó de levantar a las neuronas que aún dormían...