Se nos va de ojo la fina línea que separa el patriotismo del patrioterismo, del patriotero o jingoísta que es quien hace una exaltación de la patria exacerbada, inoportuna y despreciativa, vejatoria y agresiva contra el extranjero o el diferente.

Por el contrario, amar a la patria es querer la sociedad en la que vives, y procurar que sea lo más bonancible posible para todos: sin exclusiones. Porque la patria es un sentimiento que nace de sentirse a gusto en el contexto social en el que vives siendo como eres, y sin que nadie que diga u obligue a ser de una determinada manera.

Nadie es de donde nace sino el dónde pace dice el refrán popular, para significar que la vida da muchas vueltas y uno no sabe nunca dónde va a terminar desarrollándola. Por eso amar a la patria, ser patriota, significa amparar y dar cabida a la diversidad que enriquece una sociedad y abre el camino que reconcilia a la especie humana y te convierte en ciudadano del mundo. Un sentimiento que no es incompatible con llevar a llevar a la patria en el corazón, pero que aborrece y no necesita de las exaltaciones constantes de los valores rancios y excluyentes en los que solo se reconocen los patrioteros; ni de la exhibición continua de las banderas que son un peligro cuando se utilizan para excluir y no para integrar. ¡Que no se te vaya de ojo!