Ghislaine Maxwell era ese tipo de persona a la que el mundo no podía negarle nada. Heredera de una dinastía de empresarios ingleses, su nombre figuraba al mismo tiempo en la lista de invitados a la Met Gala, entre los amigos de figuras como el príncipe Andrés, en las actas constitutivas de una de las editoriales más importantes del Reino Unido y como una de las máximas representantes del activismo según la ONU.