Aunque Transnistria no está reconocida oficialmente por ningún miembro de las Naciones Unidas, mantiene todos los elementos de un Estado independiente. Su moneda, el rublo transnistrio, es uno de los símbolos más curiosos de su singularidad.
A diferencia de las monedas tradicionales de metal o billetes de papel, aquí se emplean monedas de plástico de colores vibrantes, con diferentes tamaños y formas que parecen casi fichas de juego. Este sistema monetario es exclusivo de Transnistria y solo tiene validez dentro de su territorio, reflejando su aislamiento económico y político del resto del mundo.
Recorrer Transnistria es como dar un salto atrás en el tiempo. Las calles de Tiráspol, su capital, están adornadas con estatuas de Lenin y otros símbolos soviéticos que han desaparecido en casi todo el resto de Europa.
La arquitectura recuerda a la época dorada de la URSS, con edificios austeros, bloques de hormigón y grandes avenidas que se sienten congeladas en una realidad alternativa. Incluso la bandera de Transnistria, con su hoz y martillo, sigue ondeando con orgullo en edificios gubernamentales y plazas públicas, como un desafío deliberado a la modernidad que avanza a su alrededor.
Visitar Transnistria es una experiencia que desafía las nociones de frontera y legitimidad internacional. Aunque Moldavia lo considera parte de su territorio, el control de facto de la región lo ejerce su propio gobierno, respaldado en gran parte por la presencia militar rusa.
Los turistas que se aventuran a cruzar su frontera se encuentran con controles estrictos, documentación peculiar y una sensación constante de estar en un lugar donde el tiempo se ha detenido. Pero a pesar de su aislamiento, Transnistria sigue adelante, aferrándose a su identidad única con la obstinación de quien se resiste a desaparecer.