Desde tiempos inmemoriales, el ser humano ha mirado al cielo con una mezcla de anhelo y desafío. Volar, ese sueño aparentemente reservado a los pájaros, ha alimentado nuestra imaginación a lo largo de los siglos. Ya en la mitología griega, Ícaro y su padre Dédalo nos enseñaron que querer alcanzar el sol tiene consecuencias… sobre todo si tus alas están hechas de cera.

En el Renacimiento, el inigualable Leonardo da Vinci dedicó páginas y páginas a dibujar máquinas voladoras, porque claro, si pintas la Mona Lisa, lo siguiente lógico es diseñar un helicóptero. Aunque sus ideas nunca despegaron (literalmente), su espíritu innovador sentó las bases para lo que vendría siglos después. Y así llegamos a los pioneros de la aviación moderna, como los hermanos Wright, que lograron aquello que antes solo se soñaba: mantener un armatoste más pesado que el aire en vuelo controlado.

Pero antes de que los aviones comerciales nos permitieran quejarnos del espacio para las piernas en pleno vuelo, ya hubo quienes se tomaron muy en serio el asunto de volar. En la península ibérica, allá por el periodo de Al Ándalus, un sabio tuvo la audacia de construir unas alas para lanzarse desde un lugar elevado. Aunque su vuelo no fue exactamente digno de un Boeing, marcó un antes y un después en la historia del sueño humano por surcar los cielos.

Si no sabes de quién te hablamos y te gustan las «historias de alturas», debes escuchar este programa. ¡No te lo pierdas!