En la exhortación Evangelii Gaudium, Francisco insistía en algo muy concreto: la credibilidad del anuncio no se juega en la elocuencia, sino en la forma de vivir. Quien educa —en la escuela, la universidad, la catequesis o la familia— puede preparar discursos impecables, pero al final lo que queda grabado en la memoria de los alumnos es otra cosa: cómo trata a la gente, cómo maneja el poder, cómo reacciona cuando nadie aplaude.