El viento de primavera soplaba suavemente sobre los templos antiguos de Kioto, llevando consigo un aroma dulce y efímero: el perfume de los sakura en flor. Bajo un majestuoso cerezo, cuyos pétalos caían como lluvia de seda, un joven escultor llamado Ren pasaba sus días tallando la madera con manos pacientes. Sin embargo, su corazón estaba inquieto, pues cada primavera, bajo aquel mismo árbol, veía la silueta de una mujer envuelta en un kimono pálido, su rostro cubierto por un velo de nostalgia…