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En la quietud de un amanecer en Jerusalén, un juicio se desarrolla con apariencia de rutina. Un hombre es entregado por su propio pueblo, acusado sin pruebas, y llevado ante la autoridad romana. Pero este no es un hombre cualquiera, y este no es un juicio más. En ese instante silencioso y desconcertante, se está manifestando uno de los misterios más profundos de la fe cristiana: el Rey eterno es sometido al juicio de los hombres que Él mismo creó.
La gloria está presente, pero velada. No hay corona visible, solo una de espinas. No hay trono, sino un estrado de burla. No hay ejército, sino una multitud que clama por su muerte. Todo parece al revés, y sin embargo, todo es exactamente como debía ser. La paradoja del Evangelio se revela con claridad inquietante: el Juez del universo se deja juzgar; el Inocente carga con la culpa de todos.
Que al contemplar al Rey humillado, comprendamos mejor el amor que se oculta tras la injusticia, y la gloria que se esconde bajo la apariencia de derrota.
La gracia de Dios sea contigo.
By Daniel Alejandro FloresEn la quietud de un amanecer en Jerusalén, un juicio se desarrolla con apariencia de rutina. Un hombre es entregado por su propio pueblo, acusado sin pruebas, y llevado ante la autoridad romana. Pero este no es un hombre cualquiera, y este no es un juicio más. En ese instante silencioso y desconcertante, se está manifestando uno de los misterios más profundos de la fe cristiana: el Rey eterno es sometido al juicio de los hombres que Él mismo creó.
La gloria está presente, pero velada. No hay corona visible, solo una de espinas. No hay trono, sino un estrado de burla. No hay ejército, sino una multitud que clama por su muerte. Todo parece al revés, y sin embargo, todo es exactamente como debía ser. La paradoja del Evangelio se revela con claridad inquietante: el Juez del universo se deja juzgar; el Inocente carga con la culpa de todos.
Que al contemplar al Rey humillado, comprendamos mejor el amor que se oculta tras la injusticia, y la gloria que se esconde bajo la apariencia de derrota.
La gracia de Dios sea contigo.