Cuando nos visita una emoción incómoda, que está catalogada como “mala”, intentamos esconderla, justificarnos, nos avergonzamos o nos peleamos con quien sea para defender nuestra postura. Pero, de fondo, corre la sensación de que hay “algo” que cambiaríamos. Y es que no está mal enfadarse, ponerse triste, que nos dé vergüenza o envidia algo, cuando sabemos ponerle nombre. El conocer la emoción nos ayuda a no “someternos” a su yugo, a saber que está ahí y poderla cambiar cuando sentimos que está naciendo de nuevo en nosotros. Pero, para eso, hay que tener ganas de mirarla a los ojos y aceptarla, porque ¿cómo vas a trascender algo cuando no piensas o no sabes que está ahí? Te invito a que pruebes la meditación de las emociones en la que elegimos una emoción difícil para empezar este entrenamiento que nos acercará cada vez más a la totalidad que supone la aceptación de nuestras sombras, al igual que de nuestra luz. Namasté 🙏🏼