MESCO's Layers and Lines

Errores de un Coleccionista


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Cuando conocí la historia de Ricardo —llamémosle así—, entendí que el coleccionismo de arte puede ser tan apasionante como problemático. La pasión por acumular belleza puede transformarse en un desafío monumental cuando falta orden, cohesión y visión a largo plazo.

La suya no era una colección cualquiera. Hablamos de 2,500 obras de arte, en su mayoría óleos, adquiridos a lo largo de cuatro décadas con entusiasmo inagotable, pero con poca estrategia.

Ricardo compraba lo que le emocionaba, lo que le hablaba en silencio desde la tela. Nunca se propuso hacer una colección temática ni construir un relato curatorial. Su único criterio era la fascinación del momento.

Con el tiempo, su casa se fue llenando de paisajes cubanos, retratos femeninos, experimentos geométricos y marinas europeas. Pero a su muerte, ese tesoro diverso se convirtió en un rompecabezas imposible para su familia.

El coleccionista apasionado

Ricardo nació en una familia de empresarios y desde joven desarrolló un gusto refinado por el arte. Con su primer gran éxito profesional, compró un óleo cubano de José Mijares. A partir de ahí, la fiebre coleccionista se apoderó de él.

Hubo años en que se dedicó casi exclusivamente a la pintura cubana del siglo XX. En su colección aparecieron nombres como Wilfredo Lam, René Portocarrero y Cundo Bérmudez, entre otros. Los compraba en galerías de La Habana, en subastas internacionales, en casas privadas de Miami.

Sin embargo, esa etapa cubana dio paso a otra obsesión: el expresionismo europeo, especialmente el holandés y el francés. Le fascinaban los óleos de mujeres con miradas melancólicas, pinceladas intensas, colores oscuros y texturas casi dramáticas.

Más tarde, Ricardo descubrió la abstracción geométrica y se enamoró de artistas como Victor Vasarely, Carlos Cruz-Diez y Yaacov Agam. Las formas vibrantes y los juegos ópticos lo hipnotizaban, y no escatimó en adquirir varias piezas.

Como si todo esto no fuera suficiente, su pasión por el arte también lo llevó a coleccionar óleos europeos clásicos de temas navieros: barcos a vela, puertos y mares embravecidos, todos pintados con maestría.

El resultado fue una colección enorme, diversa y fascinante, pero sin un hilo conductor que la uniera.

El problema del desorden

Durante su vida, el caos no parecía importarle. Las obras se acumulaban en su casa, en oficinas, en depósitos alquilados en Caracas, Miami y Panamá.

No existía un inventario unificado. No había un registro detallado con precios de compra, fechas, certificados de autenticidad o facturas. Algunas obras tenían su documentación original; otras, nada.

El espacio también se volvió un problema. Con el tiempo, muchas pinturas terminaron en storages sin condiciones adecuadas de conservación. Algunas sufrieron daños menores, especialmente en los marcos, por humedad o manipulación inadecuada.

La colección, en lugar de ser un tesoro fácil de exhibir o vender, se convirtió en una carga monumental.

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El legado complicado

Al fallecer Ricardo, su viuda e hijos heredaron no solo las obras, sino también un desafío logístico, legal y financiero.

Vender una colección tan heterogénea es difícil. Las grandes casas de subastas y los coleccionistas privados suelen preferir conjuntos coherentes, con una narrativa clara o un enfoque específico: arte cubano del siglo XX, abstracción geométrica latinoamericana, pintura europea del XIX, etc.

Pero aquí había de todo. Y venderlo todo junto era prácticamente imposible.

Además, la falta de un inventario centralizado complicó aún más el proceso. La familia tuvo que contratar peritos, curadores y expertos en arte para autenticar obras, evaluar estados de conservación, catalogar piezas y asignar precios.

El trabajo de la viuda fue especialmente arduo: reunir la información dispersa en tres países, organizar la logística para transportar obras, restaurar marcos dañados, negociar con casas de subastas y, finalmente, dividir la colección en categorías para su venta

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Lecciones de un coleccionista

La historia de Ricardo nos deja varias lecciones valiosas para cualquier persona interesada en coleccionar arte:

* Un inventario es esencialCada obra debería tener su ficha técnica con información de compra, facturas, certificados, precios y procedencia. Hoy existen herramientas digitales que facilitan este proceso.

* La coherencia importaUna colección con un hilo curatorial claro es más fácil de valorar, exhibir y vender. Puede ser por período, por estilo, por región o por artista, pero debe haber un concepto unificador.

* El espacio no es infinitoLas obras necesitan condiciones adecuadas de almacenamiento: humedad controlada, seguridad, transporte especializado. De lo contrario, la conservación se compromete.

* Planificar el legadoAntes de que llegue el momento inevitable, conviene definir qué pasará con la colección:

* ¿Se donará a un museo?

* ¿Se venderá en subastas?

* ¿Se heredará con un plan claro?

* Asesorarse siempreColeccionar arte no es solo comprar lo que gusta. Requiere asesoría de curadores, galeristas y abogados especializados para proteger la inversión y garantizar su futuro.

El arte como memoria y desafío

Hoy, mientras la viuda de Ricardo continúa el proceso de organizar subastas por categorías —cubana, geométrica, europea clásica, etc.—, resulta inevitable reflexionar sobre el doble filo del coleccionismo.

Por un lado, está la pasión, la emoción de poseer belleza, historia y cultura. Por otro, la necesidad de orden, planificación y visión para que ese legado no se convierta en una carga.

Al final, la colección de Ricardo sigue siendo un testimonio poderoso del amor por el arte… pero también un recordatorio de que incluso la belleza necesita estructura.

En mi página web de Mesco’s Layers and Lines publiqué una guía práctica para coleccionistas. Te la recomiendo.

Con cariño,

Marianne



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MESCO's Layers and LinesBy Marianne Sucre