Hay temporadas en la vida en las que todo parece estancado. Oramos, esperamos, y sin embargo, no vemos fruto. El alma se seca, las fuerzas menguan y el corazón se pregunta: “¿Dónde estás, Dios?”
La Biblia no oculta los valles. David habló del “valle de sombra de muerte”. Ezequiel vio un valle de huesos secos. Pero en todos ellos, hay una constante: Dios está presente.
Pasar por un valle seco no significa que Dios se haya ido. A veces, Él nos lleva por esos caminos para enseñarnos a depender más de Él, a escuchar su voz en el silencio, y a descubrir que Su agua nunca falta, aunque el terreno esté árido.
En el valle no hay aplausos ni visibilidad. Pero sí hay crecimiento oculto. Ahí aprendemos a confiar, a caminar por fe y no por vista. Y cuando Dios habla en medio del valle, lo seco reverdece, lo muerto revive, y lo imposible sucede.
No huyas del valle. Atraviésalo con fe. Porque allí, donde parece que no hay nada, Dios está preparando todo. El valle no es el final; es el camino hacia la promesa.