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XXV Domingo Ordinario
Amós 8, 4-7: “Contra los que hoy obligan al pobre a venderse”
Salmo 112: “Que alaben al Señor todos sus siervos”
San Lucas 16, 1-13: “No pueden ustedes servir a Dios y al dinero”
Hace apenas algunos días, en un discurso dirigido a la FAO, el Papa León XIV
arremetió contra la corrupción de las autoridades que ha socavado los esfuerzos por
combatir el hambre: “Mientras los civiles enflaquecen por la miseria, las cúpulas
políticas engordan con la corrupción y la impunidad”, denunció. Lamentó que “los
recursos financieros y las tecnologías innovadoras se desvían del objetivo de erradicar la
pobreza y el hambre en el mundo para ser utilizados en cambio en la producción y
el comercio de armas”. Condenó enérgicamente el uso del hambre como instrumento de
guerra y criticó el desvío de recursos destinados a combatir la pobreza y el hambre. En
su pronunciamiento, el pontífice advirtió que la corrupción, los conflictos armados y
el egoísmo político están agravando una de las tragedias más persistentes de la
humanidad: la inseguridad alimentaria. La ambición por el dinero convierte al hombre
en enemigo de la humanidad. ¿Por qué el dinero y la ambición de las riquezas pervierten
el corazón del hombre?
Para completar el cuadro ahora tenemos este evangelio que podría desconcertarnos.
¿Cómo puede Jesús alabar a un administrador que ha engañado y robado? Ya me
imagino cómo se justificarán todos aquellos que son acusados de malversar los fondos
públicos. La corrupción ha llegado a todos los partidos y a todas las sociedades. Nadie
escapa. Está comprobado que uno de los peores enemigos del progreso de nuestros
pueblos es la corrupción, el mal uso de los recursos públicos, incluso de bienes
destinados a los más pobres y desfavorecidos. “Es alarmante el nivel de la corrupción
en las economías que involucra tanto al sector público como al sector privado, a lo que
se suma una notable falta de transparencia y rendición de cuentas a la ciudadanía. En
muchas ocasiones la corrupción está vinculada al flagelo del narcotráfico o del
narconegocio y por otra parte viene destruyendo el tejido social y económico en
regiones enteras”, reconocían dolorosamente los Obispos ya hace algunos años en
Aparecida.
Y todavía añadían más: “Cabe señalar como un gran factor negativo en buena parte de
la región, el recrudecimiento de la corrupción en todos sus niveles que genera
impunidad, lo que pone en serio riesgo la credibilidad de las instituciones públicas y
aumenta la desconfianza del pueblo, fenómeno que se une a un profundo desprecio de
la legalidad. En amplios sectores de la población y particularmente entre los jóvenes
crece el desencanto por la política y particularmente por la democracia, pues las
promesas de una vida mejor y más justa no se cumplieron”.
Tenemos pues que reconocer que esta apreciación también es cierta en nuestra Patria.
La corrupción lo invade todo, destruye todo y genera una actitud de desaliento, de
impotencia y de pasividad ante tanta impunidad.
¿Es esto lo que Jesús propone como ejemplo? Todo lo contrario, si leemos con atención
y no solamente las palabras de este párrafo sino todo su contexto.
By DeDosEnDos Comunidad Digital De EvangelizacionXXV Domingo Ordinario
Amós 8, 4-7: “Contra los que hoy obligan al pobre a venderse”
Salmo 112: “Que alaben al Señor todos sus siervos”
San Lucas 16, 1-13: “No pueden ustedes servir a Dios y al dinero”
Hace apenas algunos días, en un discurso dirigido a la FAO, el Papa León XIV
arremetió contra la corrupción de las autoridades que ha socavado los esfuerzos por
combatir el hambre: “Mientras los civiles enflaquecen por la miseria, las cúpulas
políticas engordan con la corrupción y la impunidad”, denunció. Lamentó que “los
recursos financieros y las tecnologías innovadoras se desvían del objetivo de erradicar la
pobreza y el hambre en el mundo para ser utilizados en cambio en la producción y
el comercio de armas”. Condenó enérgicamente el uso del hambre como instrumento de
guerra y criticó el desvío de recursos destinados a combatir la pobreza y el hambre. En
su pronunciamiento, el pontífice advirtió que la corrupción, los conflictos armados y
el egoísmo político están agravando una de las tragedias más persistentes de la
humanidad: la inseguridad alimentaria. La ambición por el dinero convierte al hombre
en enemigo de la humanidad. ¿Por qué el dinero y la ambición de las riquezas pervierten
el corazón del hombre?
Para completar el cuadro ahora tenemos este evangelio que podría desconcertarnos.
¿Cómo puede Jesús alabar a un administrador que ha engañado y robado? Ya me
imagino cómo se justificarán todos aquellos que son acusados de malversar los fondos
públicos. La corrupción ha llegado a todos los partidos y a todas las sociedades. Nadie
escapa. Está comprobado que uno de los peores enemigos del progreso de nuestros
pueblos es la corrupción, el mal uso de los recursos públicos, incluso de bienes
destinados a los más pobres y desfavorecidos. “Es alarmante el nivel de la corrupción
en las economías que involucra tanto al sector público como al sector privado, a lo que
se suma una notable falta de transparencia y rendición de cuentas a la ciudadanía. En
muchas ocasiones la corrupción está vinculada al flagelo del narcotráfico o del
narconegocio y por otra parte viene destruyendo el tejido social y económico en
regiones enteras”, reconocían dolorosamente los Obispos ya hace algunos años en
Aparecida.
Y todavía añadían más: “Cabe señalar como un gran factor negativo en buena parte de
la región, el recrudecimiento de la corrupción en todos sus niveles que genera
impunidad, lo que pone en serio riesgo la credibilidad de las instituciones públicas y
aumenta la desconfianza del pueblo, fenómeno que se une a un profundo desprecio de
la legalidad. En amplios sectores de la población y particularmente entre los jóvenes
crece el desencanto por la política y particularmente por la democracia, pues las
promesas de una vida mejor y más justa no se cumplieron”.
Tenemos pues que reconocer que esta apreciación también es cierta en nuestra Patria.
La corrupción lo invade todo, destruye todo y genera una actitud de desaliento, de
impotencia y de pasividad ante tanta impunidad.
¿Es esto lo que Jesús propone como ejemplo? Todo lo contrario, si leemos con atención
y no solamente las palabras de este párrafo sino todo su contexto.