XXIX Domingo Ordinario
Éxodo 17, 8-13: “Mientras Moisés tenía las manos en alto, dominaba Israel”
Salmo 120: “El auxilio me viene del Señor”
II Timoteo 3, 14-4,2: “El hombre de Dios será perfecto y enteramente preparado para
toda obra buena”.
San Lucas 18, 1-8: “Dios hará justicia a sus elegidos que claman a él”
Es frecuente escuchar que alguien pide una oración, como varita mágica, para
solucionar un problema en especial y así surgen novenas, rezos y fórmulas que parecen
mágicas, que se repiten obstinadamente con la intención de lograr lo que se pretende,
pero ¡Eso no es oración! “La oración es el aliento de la fe, es su expresión más propia.
Como un grito silencioso que sale del corazón de quien cree y se confía a Dios”. Hoy,
en el Domingo Mundial de la Misiones, podemos recordar a Santa Teresa de Lisieux,
que fue una maravillosa y fecunda misionera, a pesar de permanecer siempre dentro del
monasterio, hizo vida el secreto de la fecundidad de la oración. Ella compartía que: ¡Los
verdaderos apóstoles son los santos! ¡Y son apóstoles, ante todo, porque oran! Patrona
de las misiones, comprendió la eficacia de la oración desde que tenía catorce años.
Escuchando a Santa Teresa y contemplando a Moisés en la primera lectura, si
creyéramos en la eficacia de la oración, cuánto tiempo pasaríamos de rodillas ¡Y el
mundo cambiaría de dirección!
Si pensamos en la oración como en una especie de santuario o de oasis donde podemos
renovar nuestras fuerzas, donde encontramos paz, donde podemos sentirnos a nosotros
mismos delante de Dios, descubriremos que no es algo secundario o de lo que
podríamos prescindir. Es algo vital. Un gran pensador definía la oración como el respiro
del alma, de tal forma que respondería a una necesidad instintiva y solamente después
se puede preguntar el por qué. Pero para hacer la oración necesitamos estar preparados,
buscar la soledad y los espacios necesarios, sentirnos en presencia de Dios. Y no
solamente en su presencia sino tratar de mirar con los ojos de Dios. Cuando Jesús
insiste en la necesidad de una oración perseverante a algunos podría parecerles que es
terquedad y egoísmo querer que Dios actúe conforme a nuestros deseos. Pero si en la
oración buscamos “adaptar” nuestros ojos y nuestros deseos a los ojos y deseos de Dios,
se transforma en fuente de paz y de serenidad para afrontar las dificultades, para recibir
no tanto lo que deseamos sino lo que Dios, en su bondad, dispone para nosotros.
Me impresiona este relato donde Jesús no escatima endosarle a Dios un traje de juez
inicuo que a regañadientes y molesto accede a las peticiones legítimas de una viuda con
tal de resaltar la necesidad de una oración constante y confiada. Nadie más débil y
solitario para pedir justicia que una viuda: sin familia, sin derechos, sin palabra, ante las
injusticias recibidas, ante las indiferencias de quien debería hacer justicia; pero con una
fe y una insistencia que logran doblegar la pasividad del perverso juez. Gran enseñanza
para cada uno de nosotros, no porque la imagen del juez injusto case bien con un Dios
que es bondad y justicia, sino porque la imagen de la viuda débil e impotente cuaja
perfectamente con nuestra situación en un territorio asolado por la injusticia, donde
nuestros gritos buscando soluciones se ahogan en la sangre de los inocentes, en la
corrupción de las instituciones y en el miedo de todos los ciudadanos. La tentación esgrande de encerrarnos en nuestras propias seguridades y, mientras no nos toque la
desgracia, dejar pasar todos los acontecimientos que están minando la esperanza y la
seguridad de todos los mexicanos.
Quizás la parábola refleje la situación de las primeras comunidades ansiosas por una
segunda venida de Jesucristo, pero en constante peligro de sucumbir en un medio hostil.
Pero también refleja la situación presente en nuestra sociedad donde se hace palpable la
injusticia que golpea sobre todo a los marginados e inocentes. El grito de la viuda