Santos Cornelio y Cipriano
1 Timoteo 3, 1-13: “Que el obispo y los diáconos sean irreprochables”
Salmo 100: “Danos, Señor, tu bondad y tu justicia”
San Lucas 7, 11-17: “Joven, yo te lo mando: Levántate”
Al escuchar este evangelio se me hace imposible no recordar la cantidad ingente de
viudos, viudas, padres y madres que en medio de esta violencia estúpida han perdido
un ser querido. Si la muerte de por sí ya trae consigo una carga de duelo e
incomprensión, la muerte violenta, muchas veces “como daño colateral” o “como
víctima inocente”, o las personas desaparecidas, nos producen un sentimiento de
impotencia y de indignación que nos aturde y nos deja sin fuerzas para continuar
viviendo. ¿En dónde está Jesús en esos momentos? Ciertamente está al lado de las
víctimas, camina junto al féretro acompañando a la viuda, se une a las lágrimas del
dolor de los pequeños y asume como propios los sentimientos del pobre. Lo imagino
caminando junto a cada familiar, junto a cada hermano o hermana que han quedado
solos, para Él no hay víctimas desconocidas, ni que se pierden en el anonimato. A
cada persona que sufre, aunque no cuente para las cifras oficiales o no tenga eco en
las noticias, Jesús lo acompaña en su dolor y lo asume como cruz propia. Quisiera que
hoy escucháramos todos esas palabras que nos pueden consolar: “El Señor la vio, se
acercó a ella y le dijo: ‘No llores’”. El Señor no es sordo ni indiferente a todos nuestros
sufrimientos. En este mismo momento nos mira, se acerca a nosotros y quiere
consolarnos. Es cierto, que nosotros quisiéramos escuchar las mismas palabras que le
dice al joven sin vida cuando se acerca al ataúd: “Joven, yo te lo mando: ‘Levántate’”.
Y yo siento que hoy también nos está diciendo que nos levantemos, que no podemos
vivir postrados por el miedo, por la indiferencia o por la apatía frente a las situaciones
tan tensas. En estos momentos debemos sentir la cercanía de Jesús y saber que
también, como a nosotros, se le parte el corazón. Hagamos nuestra su oración al
Padre y hagamos nuestro también su gesto de cercanía y compromiso. El salmo de
este día se hace eco de nuestras necesidades: “Danos, Señor, tu bondad y tu justicia”.
Es un grito que elevamos con fe, pero también es el compromiso, como dice el salmo,
de proceder con recta conciencia, de no ocuparse de asuntos indignos y de aborrecer
las acciones criminales. Es momento de poner un alto al ambicioso y al altanero, de no
soportar corrupciones, mentiras y difamaciones. Tendremos que seguir el camino de la
verdad y de la justicia. México puede y debe levantarse. Jesús mismo nos lo dice,
igual que al joven. Nos levantaremos con oración, con justicia, con rectitud y con