Quienes somos creyentes, la evangelización debe hacerse con un carácter liberador, nunca como una obligación. Nuestras acciones deben presentar a Jesucristo, más que mis palabras. Quien me ha cambiado y renovado debe verse en la persona misma, de lo contrario, sería sólo un discurso vacío. El reflejo de nuestra vida es lo que dará ese testimonio anhelado.